VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
Homún I (los famosos cenotes):
viernes veintiséis, por la mañana
A las nueve nos recogió Braulio, el guía-conductor local que nos tocaba para el día.
Hombre en la cincuentena, de aspecto físico nada memorable (ahora no recuerdo sus rasgos), enseguida se reveló como muy hablador, con sentido del humor y abundante información que se dispuso a compartir con nosotros.
Sí, era divertido: cuando entrábamos en la zona del hotel donde recogeríamos a nuestros acompañantes en la visita a los cenotes, vimos de frente a una chica joven bastante guapa y Braulio, con total seriedad, nos dijo que era su novia pero que no la diría nada porque la tenía castigada. En fin, decía cosas así; al menos tenía incorporado a su manera de estar un humor que iba un poco más allá del mero y facilón chiste.
Hablaba incesantemente de todo: de la historia de Mérida, del periodo colonial, de aspectos de la actualidad, de los cenotes, de política, de seguridad, en fin, un discurso burbujeante, informado y caótico, y todo al mismo tiempo.
A nuestra expedición a los cenotes se incorporaron una señora joven (en torno a cuarenta), la señora Smith, y su hija adolescente, con algo de sobrepeso e irremediablemente seducida por la pantalla de su móvil.
En el viaje de ida, no dijeron absolutamente nada ninguna de las dos. La señora Smith, nacida en Mérida pero viviendo en Florida desde muy joven (según nos enteramos después), era de baja estatura, cara redonda y semblante serio, tranquilo. Coqueteaba peligrosamente con la obesidad.
A los cenotes llegamos en poco menos de una hora.
Desde el centro de recepción donde se obtenían los billetes, partimos en un carruaje en el que cabíamos cinco o seis personas, tirado por un caballo sobre vías estrechas.
Los famosos Cenotes eran cuevas, o más bien concavidades bajo tierra, de gran belleza, con abundante agua de origen subterráneo donde la gente se bañaba entusiasmada.
Al parecer, en la zona de Yucatán hay miles, aunque no todos están habilitados para el baño y los turistas.
Visitamos tres.
A dos de ellos bajamos a través de unas resbaladizas escaleras hasta una plataforma desde la que se accedía al agua.
La luz bajaba agónicamente por la abertura por lo que la iluminación era penumbrosa, a pesar de estar reforzada con algunos focos.
El tercero se encontraba a cielo abierto, aunque por debajo del nivel del suelo.
Tenían un diámetro de unos cincuenta metros.
Fuimos pasando de uno a otro. Había poca distancia entre ellos.
Las Smith se bañaron en todos, al parecer les gustaba mucho meter en el agua sus orondos cuerpos.
Nosotros no, por lo que salíamos de los increíbles y bellos pozos bastante antes. Una vez vistos, poco o nada teníamos que hacer dentro de los dichosos cenotes, atascados de turistas con flotadores…