TRILOGÍA CINCUENTA AÑOS DESPUÉS (uno)
Han pasado exactamente cincuenta años: una breve inmensidad de tiempo.
-El 1 de junio de 1970, lunes (como hoy), a las ocho menos diez de la mañana, con dieciséis años, me planté ante la puerta de una sucursal bancaria, esperando que abrieran. Tenía un puesto de trabajo esperándome.
-Hoy, precisamente medio siglo después, haré una sucinta rememoración de aquel tiempo porque no quiero que se pierda en el olvido (ocurrirá, inexorablemente). Estoy seguro de la fiabilidad de aquellos hechos, de que son ciertos, libres de distorsiones y jugarretas de la memoria (aunque nunca se sabe).
-Sé de la inutilidad del empeño. No sirve para nada, ni siquiera a mí me vale de mucho; quizá, tan solo, para el recuerdo de mis nietas, en caso de que no me hayan olvidado antes.
-Días antes de aquel 1 de junio, dejé la gestoría administrativa en la que ya llevaba trabajando casi dos años, de chico de los recados. No sabía hacer otra cosa y para estudiar tampoco valía.
-Al Banco entré por influencias, no por méritos, porque ninguno tenía. De botones. En aquel tiempo a los bancos entrábamos porque alguien conocía a alguien, o porque eras el hijo inútil de alguno de los empleados.
-Tuve que superar un examen, en la central de Madrid, que hice rematadamente mal, afortunadamente tan solo era un paripé de exigencia cero, casi para analfabetos (recuerdo que ni siquiera supe contestar cuales eran las islas baleares). Lo importante era tener un padrino y yo tenía nada menos que al presidente (mi madre era criada de esa familia).
Fotografía: la plantilla de la sucursal, exactamente nueve meses después de comenzar a trabajar con ellos, con motivo de la comida de homenaje al viejo director que, con casi setenta años, seguía trabajando. Las cosas ya no son así…
1 JUNIO 2020
© 2020 pepe fuentes