A MÍ, LA POLITICA, A ESTAS ALTURAS, NI FU NI FA (antes tampoco) y II.
El otro asuntillo viene por el lado nacionalista. En este diario, de tarde en tarde, me he pronunciado radicalmente en contra de posibles secesiones del territorio. Ahora ya no, he cambiado de opinión, también radicalmente. Mis amigos (tres y Naty), tampoco están de acuerdo conmigo. Pero no nos convencemos (ellos siguen en lo suyo y yo en lo mío). Por mi parte, la deriva ideológica e iluminada tiene un claro origen emocional, pero no solo, porque también contiene connotaciones racionales. A saber, les dije: los independistas nunca dejarán de serlo (punto uno) y, por razones de estrategias de gobernabilidad, dirigirán el país siempre, al mismo tiempo que nos insultan todo el día y todos los días (punto dos). Es una situación ofensiva que se parece demasiado a la estupidez por nuestra parte (los españoles). Incomprensible. Creo que ha llegado el momento de acabar con esa anomalía radicalmente. Como no vamos a guerrear, que es el modo como siempre se han solucionado estas cuestiones, pues nada, que esas gentes se vayan cuanto antes a fin de que su mala baba no nos ponga perdidos a todas horas (pero echándoles nosotros). Emocionalmente he cortado con ellos, ni por lo más remoto los percibo como parte de mi país. Además de resultarme completamente ajenos, me molesta mucho verlos incrustados en las instituciones españolas. No, fuera, fuera…Ya. No hay consideraciones blandas posibles, Mis amigos dicen que no debemos renunciar a los territorios que legalmente son de todos, o a proteger a los que no son nacionalistas en esos territorios. No estoy de acuerdo: esos apocados consensos son absolutamente ineficaces. Debería reactivarse cuanto antes la mesa de negociación para la independencia de Cataluña (ese es el propósito de la dichosa mesa), y conseguir que, en uno o dos años a lo sumo, se larguen de una puñetera vez. Con los vascos, más de lo mismo. El sistema constitucional del setenta y ocho, cuarenta y dos años después, ha demostrado que no era eficaz para mantener la cohesión del país. Otra vez el federalismo de la primera república que tuvo que abortar el general Pavía, en 1874, y, arrepentidos y fracasados, tuvimos que volver a la regeneración de la dichosa dinastía borbónica que tardó poco en volver a fallar. La historia, la peor, se repite incesantemente. Desesperante.
Emilio Castelar (1873): “Hubo días de aquel verano en que creíamos completamente disuelta nuestra España… tratábase de dividir en mil porciones nuestra patria, semejantes a las que siguieron a la caída del califato de Córdoba. De provincias llegaban las ideas más extrañas y los principios más descabellados. Unos decían que iban a resucitar la antigua coronilla de Aragón (sic) , como si las fórmulas del derecho moderno fueran conjuros de la Edad Media. Otros decían que iban a constituir una Galicia independiente bajo el protectorado de Inglaterra. Jaén se apercibía a una guerra con Granada. Salamanca temblaba por la clausura de su gloriosa Universidad y el eclipse de su predominio científico…”
Sí, todos esos autodestructivos y absurdos movimientos, como el levantamiento armado del cantón de Cartagena, ocurrieron en la primera república y ahora queremos la tercera (de la segunda, mejor ni hablar), y la nación de naciones, que no es otra cosa que la reactivación de los infaustos cantones.
Para evitar tanta afrenta y descomposición, hay que soltar lastre para que los que quedemos amparados por el honrable título de españoles podamos vivir en paz y libertad. Prefiero mil veces una pequeña embarcación donde todos rememos en la misma dirección a un navío mayor infectado de saboteadores que nos llevarían a un seguro naufragio. Este argumento tan convincente, me parece, tampoco sirvió para sensibilizar a mis amigos. Sospecho que como ideólogo no tengo futuro.
20 JULIO 2020
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