DIARIO DE LAS OTRAS COSAS 1: me fui de aquel lugar caminando deprisa, corriendo casi, sin volver la vista atrás.
Jueves, veintisiete de Agosto.
Charlie y yo tenemos dos fincas para nosotros solos (somos intrusos, claro, porque no son nuestras). No sé cómo se llaman, son una y otra, colindantes. Pequeñas, ásperas, pedregosas, planas. No tienen ningún aliciente estético o acogedor, todo lo contrario. Las atravesamos por sendos caminos en ligera pendiente que van de oeste a este (desde la carretera donde nos desviamos, hasta el fondo). Las travesías por los caminos son cómodas, salvo cuando me aventuro campo a través y camino por un pedregal soportando los aguijonazos de la reseca e inclemente vegetación que cubre todo el terreno. A pesar de la aridez veraniega, o la impracticable maleza verde y primaveral, nos gusta mucho ir (especialmente a Charlie, que corre incesantemente detrás de huidizos e inalcanzables conejos) porque tienen algo esencial: no hay nadie, nunca nos encontramos con ser humano alguno. Esa inaudita y deseable circunstancia hace que, de vez en cuando, nos acerquemos al inhóspito territorio abandonado. En el punto de partida, nada más desviarnos de la carretera por la que llegamos, a quince kilómetros de nuestra casa, está situada la primera de ellas, donde hay un conjunto de construcciones agrícolas en la última fase de ruina antes de desmoronarse completamente. Las he fotografiado de vez en cuando, desde hace casi veinte años. Atravesamos esta primera finca hasta el fondo y volvimos. Me había llevado mi nueva cámara y decidí entrar en la nave que se encuentra en mejor estado y que parece un hangar que utilizaron para guardar maquinaria. Hice dos fotografías, la de hoy y la de mañana…
15 SEPTIEMBRE 2020
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