DIGRESIÓN TRES. All the King’s Men (El político). EE.UU (1949). Guion (Novela: Robert Penn Warren) y dirección: Robert Rossen. Intérpretes: Broderick Crawford, Mercedes McCambridge, John Ireland, Joanne Dru, John Derek, Shepperd Strudwick, Anne Seymur.
Fábula sobre un político en estado puro, con todas las luces y sombras imaginables; más sombras que luces, sin duda. La pregunta sería si es compatible un presupuesto deontológico con en el ejercicio de la política activa o, por el contrario, el ejercicio en sí conlleva una amoralidad consustancial y adaptable, posmoderna, en la que caben todas las relativizaciones y mistificaciones imaginables, en aras de un supuesto bien común (personal, en realidad). Generalmente, los políticos que aspiran al poder mienten en nombre de unos fuertes principios morales argumentados y sustentados en el bien común que, una vez alcanzado dicho poder, se tornan en mentiras tendentes a conservarlo a cualquier precio. Luego, de esa mudanza y acomodaticia moral, a todas luces notoria e impúdica, se puede inferir que la profesión política, es esencialmente inmoral y, por ello, los políticos, personas profundamente cuestionables. El dilema es que la sociedad siempre necesitará de ellos. No sabemos ni podemos autogestionarnos. En la dialéctica entre ciudadanos (dirigidos) y políticos (dirigentes) se produce un hecho que no deja de asombrarme por incomprensible: el por qué masas ingentes de electores (serán burlados por el mero hecho de serlo), son capaces de mostrar una ferviente veneración y ciego entusiasmo hacia quienes comienzan a engañarles desde que se postulan como elegibles. Es inevitable, precisamente por su amoralidad (consustancial e ineludible) que solo estén comprometidos con sus codiciosos intereses (erótica del poder, entre otros beneficios), aunque eso suponga, paradójicamente, que generen ciertos códigos morales propios: los inherentes al hecho de pertenecer a la clase dirigente (no sé si ese fenómeno podría considerarse como explicable y eximente). En cuanto a la inclinación gregaria de los electores, probablemente obedezca a que tienen interiorizado que no hay más remedio que asumirlos como necesarios, lo que supone mirar para otro lado ante sus deslealtades. En cuanto a la película de Rossen, que ha desencadenado mis estériles reflexiones, es espléndida, de una fuerza arrolladora, con un Broderick Crawford insuperable (ganó un Oscar por esta interpretación). El tempo narrativo y dramático crece incesantemente desde el primer minuto. No decae en ningún momento. “…no sólo ha soportado el paso del tiempo, sino que su contenido sigue siendo tan incómodo y relevante como lo fue el día de su estreno”. James Berardinelli: ReelViews