LOS MICROVIAJES: Oreja (4)
Jueves, dieciocho de febrero de dos mil veintiuno.
Iniciamos el tortuoso descenso hacia Oreja. A lo lejos se divisaba la alta y sólida torre del castillo: lleva allí mil años, nada menos.
Para evitar el riesgo de quedarnos atascados en alguna de las profundas hendiduras de los caminos, me adelantaba al coche que conducía Naty y evaluaba la situación; cuando llegaba a un espacio en el que podríamos dar la vuelta en caso de dificultades, la llamaba para que avanzara. Me convertí, encantado, en un intrépido, pero prudente, explorador. Era como si viviéramos en una película, de esas que tanto me gustan.
Después de vueltas y revueltas, llegamos al pueblo: solo se mantienen en pie algunos muros y, en el interior de las casas, que se extendían a los lados de una sola calle de poco más de cien metros, cubiertas hundidas y restos de las estupendas chimeneas que tenía cada una de ellas. Nos acercamos al castillo, que se encuentra más abajo. En su entorno, restos de construcciones derruidas, algunas cuevas naturales, y otras abovedadas de ladrillo. Nadie perturbaba nuestro interesado deambular, sumamente gozoso. Todo iba increíblemente bien, aunque las fotografías performativas me habían abandonado unos cuantos kilómetros más atrás…
La fotografía: Los elementos que estructuran el encuadre, tan de artista, eran así, pero no el aspecto cromático, que he reinterpretado con mi New Age fotográfica, con la que me pongo “creativo” casi a todas horas. Los farallones de tierra adentro, donde se asienta ese desvalido pliego de muralla, eran de un gris gris, denso, difícil. No, no tenía los reflejos áureos que aparecen en la fotografía; el verde de la hierba era más intenso, y el cielo era azul, naturalmente. Pero claro, si la reproduzco así, me habría resultado una fotografía aburrida, sin interés ni sugestión (creo). Con este revelado he intentado plasmar las percepciones apocalípticas y misteriosas que desprendía el lugar, o al menos las que yo sentí. También, la gran belleza que encerraba celosamente ese devastado enclave. El tiempo ha sido inmisericorde. No tengo ni idea de si con estos gestos y propósitos consigo algo relevante o tan solo es un banal y fácil entretenimiento. No lo sé, pero a mí me gusta. Creo que me he contestado yo solito.
4 MARZO 2021
© pepe fuentes