CRÓNICA DE UN ALEJAMIENTO TRISTE Y ALEGRE AL MISMO TIEMPO
Capítulo 2.
La lúcida y sincera conversación.
…Todas las palabras que acertáramos a articular serían innecesarias, pero, ambos consideramos que sería bueno llenar de razones y palabras tanta trascendencia y repercusión en nuestras vidas. Sobre todo, porque a nuestra gente teníamos que comunicárselo con palabras y había que aprenderlas porque serían totalmente nuevas para todos. El argumento, nosotros, nos lo sabíamos de memoria.
Teníamos claro que, a estas alturas, ya no eran posibles catarsis ni simulacros psicológicos, tonterías como lo de la reinvención y esas bobadas que intentan enmascarar cobardemente lo que no se tiene fuerza y energía para afrontar.
Habíamos sido una pareja perfecta, de las que no parece que se vayan a separarse nunca. Pero sí, todo lo que aparentemente está sólidamente unido puede romperse y eso puede ser malo o bueno para ambas partes, depende, todo siempre depende (esta palabra debería elevarse a la categoría de piedra roseta de la vida). A priori es imposible saberlo. Hay que vivirlo.
Qué había fallado entonces, podría preguntarse cualquiera que no sepa de las contradicciones insoslayables de las parejas de larga duración, es decir, un ignorante: nada y todo, habría que contestarle.
Aunque está clarísimo que no hay contestación cierta para nadie: podría haber una o mil o ninguna. Me inclino por esta última.
Nada hay perfecto, duradero y feliz, y todo al mismo tiempo. Y si lo hubiera, habría que extirparlo sin contemplaciones porque tendría inoculado el germen nocivo e indeseable de la perfección, aniquiladora de la más genuina naturaleza de nuestra condición humana: la imperfección y la falibilidad.
Nuestra pareja, desde el principio, se sublevó contra la insuficiencia y la mediocridad que habita en tantas parejas y comenzamos a construir, diariamente, la pareja perfecta. Y lo conseguimos, yo estaba persuadido de que era así, y, además, tengo innumerables pruebas que lo demuestran, que no voy a esgrimir ante nadie, faltaría más. Pero claro, eso, antes o después falla y menos mal, porque si no habríamos empezado a levitar santurronamente con una diadema kitsch de luz incandescente orlando nuestras cabezas.
Si, aunque se nos haya muerto nuestra historia, nos cabe, el dudoso mérito, tal vez, de que haya sido colmados de éxito.
Una vez que expresamos y decidimos, ya más tranquilos, lo que en estos momentos era la clave de nuestro futuro, podíamos hablar y hablar de cómo estábamos (yo muy triste, Naty menos).
Ya no tenemos edad de autoengañarnos tontamente. Cuando todo es sí, pues Sí; y cuando, súbitamente, como es el caso, es no, pues No. Nuestra pareja ahora era No, indubitablemente.
Podríamos haber seguido bien juntos, sin alteraciones sufrientes; pero sería un estúpido sucedáneo existencial desprovisto de ilusiones y proyectos compartidos. Un estado de letargo que tendríamos que aguantar, en nombre de no sé muy bien qué y que sería terriblemente injusto para ambos. No hemos venido a este mundo a aguantarnos con nada que esté en nuestra mano evitar. De todos esos valores y de nuestras circunstancias de ahora mismo, hablamos y hablamos y el efecto no solo no enfriaba la decisión, sino que la reforzaba hasta hacerla imbatible: imposible parar.
Muy corta e incierta es la vida como para que la estropeemos con algo tan estúpido e indeseable como el miedo. Eso pensábamos Naty y yo en esos momentos…