EL MAPA DE LOS DÍAS
87. Sábado y III (18 de septiembre de 2021)
Por la tarde, a las cinco me reuní con mi amigo A., frente al Reina Sofia. Hacía quince meses que no nos veíamos. Nos saludamos afectuosamente. Dimos un paseo por las inmediaciones y decidimos subir hasta la Plaza de Santa Ana. Nos sentamos en una terraza a tomar una copa. Hablamos del tema de moda en nuestro entorno: mi inesperada separación de Naty, y viceversa. Como el tema ya está contado, eso, precisamente eso, se acabó enseguida.
Lo que no se acaba tan rápido son las muchas especulaciones que caben a la hora de decidir qué puedo hacer con mi vida a partir de ahora. Sobre todo, y especialmente, con la relación que pueda establecer con las mujeres (el mundo femenino, si me pongo fino).
Mi amigo sabe perfectamente lo importante que son para mí las mujeres, y también es consciente que ya poco puedo ofrecer a ninguna mujer, en cualquier plano, y si hablamos de sexo, menos aún. Pero ambos estuvimos de acuerdo en que debo conjurar cualquier riesgo de falta de motivación y abandono vivencial, y hasta incluso físico (que coma mal y luzca un aspecto desastrado, como si no me lavara y cosas así, o que no cambiara las sábanas en tiempo y forma).
Podría ser una fuerte tentación para mí abandonarme a la pasividad social, o, dicho de otro modo, abandonar el deseo de mantener relación con mujeres porque no me lo van a poner fácil, ni mucho menos. Es posible que reaccioné pasivamente si me veo contrariado en las expectativas que pueda crearme, por muy constante que sea en mis empeños, que lo soy, o no tanto.
Llegamos a la conclusión de que, entre las varias posibilidades que habría, destacan dos, a saber: establecer una relación más o menos monógama y estable, que tendría que sustentarse en algún tipo de proyecto compartido, posibilidad prácticamente imposible porque a estas alturas todos los planes o están ya realizados o son imposibles; y una segunda que pase por relaciones ocasionales, frívolas y libres de cualquier compromiso (como si yo fuera una jovenzuelo, inestable, alocado y sexualmente activo); tampoco parece que por ahí pueda haber cualquier posibilidad mínimamente real. Mi amigo y yo llegamos a la conclusión que el asunto no pinta bien; pero eso sí, ambos estábamos de acuerdo que la rendición, es decir, la reclusión en mi torre no es una opción porque sería autolesiva.
Como siguiente tarea para entrar en la fase de rescate y supervivencia, hemos quedado en que algún fin de semana próximo haremos una incursión por bares nocturnos para gentes de mi edad (mi amigo tiene diez años menos que yo), para explorar como está el panorama. Por algo hay que empezar.
Volvimos paseando hasta las inmediaciones de la estación de Atocha, charlando de diversas cosas que afectan a nuestras vidas. Hace tan solo menos de dos años, y a lo largo de muchos, solíamos cenar todos los sábados por la noche con nuestras chicas y después tomábamos copas hasta bastante tarde. Lo pasábamos muy bien. Eso acabó para siempre.
Nos despedimos con un fuerte abrazo. No sabemos cuándo volveremos a vernos exactamente.
Di un paseo por el interior de la estación, que está muy bien, por cierto. Volví a mi casa y me acosté enseguida.
La Fotografía: Interior de la estación de Atocha.