DIARIO ÍNTIMO (11)
Asombrosamente, el pasado día nueve de octubre, quedé con una antigua amiga
Sí, en Madrid y en sábado, por la mañana.
Nos reencontraríamos después de once años sin vernos. El cuaderno de bitácora que habíamos acordado previamente tenía tan solo dos anotaciones: visitar dos exposiciones en la Fundación Mapfre (Morandi y Judith Joy Ross) y después comer. Ya está. Lo demás tendríamos que ponerlo nosotros.
No, no era tan solo que no nos hubiéramos visto en once años; si no que tampoco habíamos mantenido contacto, salvo un par de correos en ese intervalo y unos poquitos mensajes en Instagram. Muy poca cosa como para armar un encuentro de varias horas, salvo por el recuerdo de la gran empatía que tuvimos hacía tanto tiempo.
Nos encontramos en la estación de Atocha a las once. No nos retrasamos ninguno. Antes de que nos viéramos me sentía nervioso, sobre todo por inseguridad física, dado que, al fin y al cabo, yo ya soy un hombre bastante mayor y no sé qué impresión puedo causar en personas sensiblemente más jóvenes. Y no, no era porque quisiera conjugar, a partir de un lejano recuerdo de sintonía, con algún modo de deseo, aunque tan solo fuera fantasmático (dado mi actual disponibilidad); pero no, ni siquiera esa posibilidad estaba secretamente en mi propio cuaderno de bitácora, sencillamente por ser razonablemente improbable. Me importaba muchísimo más recuperar, o más bien crear una apreciable relación amistosa donde cupieran afinidades, compañía y risas, sin más. Obviamente, si había rechazo físico ni siquiera eso sería posible. He ahí la causa de mi inquietud.
Por mi parte, ni mucho menos resultó así, todo lo contrario, como estaba seguro de que ocurriría; al fin y al cabo, el eslabón frágil del encuentro era yo, el jodido viejo que aparecía casi de la nada. Ella era y sigue siendo una mujer esplendorosa. De gran encanto y simpatía. El encuentro fue cariñoso y próximo, como si nos hubiéramos visto hacía tan solo unos días. Eso me pareció, aunque a lo mejor no fue tan así, como quiero verlo ahora. No sé.
Tomamos un café en el bar del Reina Sofía, poniéndonos al día de los aspectos más importantes de lo que nos había ocurrido en estos últimos años y de cómo eran ahora nuestras vidas. Seguimos haciéndolo a medida que subíamos despacio hasta el Paseo de Recoletos, dónde se encontraban las exposiciones.
Me sentí encantado, no solo al comprobar lo bien que me sentía con mi amiga, sino, también, por lo estupendamente que iba todo y porque me pareció percibir que ella que también estaba a gusto.
Lo pasamos muy bien viendo las exposiciones (hablaré de ellas mañana y pasado). Después comimos en buen restaurante mientras la conversación seguía animadamente, sin paréntesis ni puntos muertos y, sobre todo, sin miradas divergentes o irreconciliables en nuestras maneras de entender el vivir. No, ninguna decepción en ese sentido ni en ningún otro. A pedir de boca. Me parecía asombroso.
Después, un paseo por el barrio de las letras y un despacioso caminar hasta la estación de Atocha, donde yo tomaría el tren de vuelta (17:50).
A mi antigua amiga y confió que nueva también, la encontré, además de guapísima, estable emocionalmente, vital, lúcida y divertida. De sus conocimientos culturales y capacidades creativas ya sabía y pude comprobar que las mantiene incólumes y vivísimas.
Las horas que pasamos juntos fueron un absoluto placer para mí.
Nos despedimos e hicimos propósito de volver a vernos; pero eso nunca se sabe a ciencia cierta, máxime teniendo en cuenta que, a partir de un cierto momento en la vida, una vez rebasadas tantas líneas divisorias, todo es incierto. Las oportunidades pueden mutar con facilidad en trabas, dificultades e impedimentos. Ahora ya es todo mucho más difícil.
Tan solo me quedaré con que pasé un espléndido día y eso ya es excepcional, insólito e improbable.
La Fotografía: Mi antigua y nueva amiga, hace doce años. La hice este retrato en la época que me interesaba mucho retratar. Me gusta mucho esta fotografía. Al mismo tiempo, soy plenamente consciente que el tiempo y nuestras vidas ya son otras y que un retrato ahora, sería otro, otra fotografía, porque tanto ella como yo ya somos otros. Es ley del lado no tan bueno de la vida, el que habita al otro lado del tiempo. Así son las cosas.