DIGRESIÓN NUEVE. Sluzobnici (Siervos) Eslovaquia (2020). Guion: Rebecca Lenkiewicz, Marek Lescát, Ivan Ostrochovský. Dirección: Ivan Ostrochovský. Fotografía: Juraj Chlpik. Intérpretes: Vlad Ivanov, Martin Sulik, Milan Mikulcik, Zvonko Lakcevic, Samuel Zkyva, Vladimír Strnisko, Samuel Polakovic, Vladimír Zboron.
A mí las historias de comunistas y de curas me gustan mucho, y, claro, también las películas en las que habiten esos peculiares seres. No sé por qué, pero es así, y no, aunque me resulte raro, no voy a psicoanalizarme para desentrañar el misterio de mis debilidades. En esta película, hay curas y comunistas, todos revueltos. Claro, no podía dejar de verla. Si intento buscar razones a mis morbideces prejuiciosas sin ayuda de nadie (algún voluntarioso psicoanalista, por ejemplo), puede que consistan –me digo– en la fascinación por el misterioso mecanismo humano donde habita la fe en lo intangible, indemostrable y tristemente fallido (los comunistas, especialmente), llevado al extremo de pretender universalizar sus locuras a costa de lo que sea, aunque el precio sea derramar la sangre de los irredentos. Mi problema con esta película fue que, a pesar de que contenía hasta rebosar los ingredientes que tanta afición me provocan, inexplicablemente, no entré en ella en ningún momento, resbaló por mi atención aburridamente; pero, no así en mi mirada, que disfrutó de una fotografía monocroma plena de vibraciones y de un clasicismo, pulcritud y belleza admirables. Impecable en ese aspecto. La cámara, como elemento esencial de la narración, muestra en planos generales el seminario donde transcurren los hechos, ubicado en un edificio antiguo de altos techos de paredes blancas y alma sombría; planos medios de habitaciones asfixiantes, enrarecidas por el miedo y el silencio; precisas aproximaciones a los rostros hieráticos y siniestros de los jefes de la curia o de los comisarios políticos. La cámara también trata con igual virtuosismo los rostros de los tiernos y temblorosos seminaristas. Todos buscan protección frente a un sistema irracional e inhumano que puede destruirlos porque sí, por ser quienes son y porque se han atrevido a tomar decisiones de conciencia en un espacio en el que la voluntad y la libertad están abolidas. Esa es la característica esencial de las dictaduras del alma y por eso, precisamente por eso, son tétricas, ominosas, y por eso a mí me hipnotizan, porque contienen claves que explican las turbiedades del espíritu humano. Los pobres seres que habitan esta historia buscaban certezas en una fe (religiosa o ideológica, vienen a ser lo mismo), que les salvara de sus miedos y zozobras; sin embargo, se encuentran con unos enemigos demasiado poderosos para sus vulnerables voluntades. Los seminaristas, pobres y tiernos muchachos, no habían tenido tiempo de aprender en qué consiste vivir en un estado de terror constante e inclemente. En fin, está claro que de la película no me enteré de gran cosa, tan solo de obviedades; sin embargo, sí me percaté de la gran belleza formal que atesoraba. En mí descargo solo puedo alegar indisposición de espíritu para absorber lo que la pantalla me ofrecía: había pasado una tarde terriblemente aburrida y me encontraba soñoliento y apático.
29 OCTUBRE 2021
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