LOS MICROVIAJES: Provincia de Guadalajara. Tercera etapa (y 4): Sigüenza> Galve de Sorbe> Condemios de Arriba> Atienza.
Miércoles: veintisiete de Octubre de dos mil veintiuno.
A las seis de la tarde me cansé de ir y venir por el pueblo, porque, al ser tan pequeño, empezaba a repetirme. Decidí tomar la habitación que había reservado el día anterior en el hotel: Convento de Santa Ana.
Tuve que llamar por teléfono para que me abrieran la puerta y esperar sentadito en una silla al sol junto a la puerta. Estuvo bien eso. Mientras, me dediqué a cotillear una conversación entre una mujer todavía en edad de merecer y un operario de una excavadora (él subido a su artefacto y ella de pie al lado). Fue interesante porque ella, a la única que oía, parecía muy resentida con el mundo y enfadada con un vecino que no se había portado bien con ella, según dijo. También decía en un tono de cierta irritación que no salía con nadie del pueblo, y ganas parecía que tenía. Su perro, atado a una correa, de vez en cuando levantaba la cabeza y la miraba aburridamente. Debía conocer de memoria la historia de la falta de planes de su dueña. No pude enterarme del final de la conversación, tan rosa e intrigante, porque me abrieron la puerta del convento.
Me encantó el interior, pero no tanto el hotel. Después de ducharme, como todas las tardes, salí a dar una vuelta por el pueblo. Me senté a tomar una cerveza, justo al lado de la casa donde nació Juan Bravo, el comunero que se enfrentó a Carlos V. El atrevimiento le costó la vida. En ese momento, dio la casualidad de que encontré en audible (mi recién estrenado método de lectura) Castellano, de Lorenzo Silva, que precisamente cuenta la historia de los comuneros. Toda una conjunción favorable de los astros.
También aproveché el momento de paz y silencio castellano (en la plaza no había absolutamente nadie) para enviar Whatspp a modo de crónica de viaje a Carmen, a los que no hizo mucho caso, por cierto. Me consolé de su desapego comenzando a oír el libro que prometía buenos momentos de lectura (perdón, de escucha).
La Fotografía: En mi aburrido vagar por la edad media, eso sí con coches por doquier, llegué hasta la tristemente abandonada plaza de toros. Y sí, ese era un tema fotográfico que me es propio; no por los toros, sino por el abandono en el que se encontraba. Fotografié, como se puede ver. Era difícil calcular cuando fue la última vez que se celebró un espectáculo en esa plaza. Suponer que mucho tiempo no es ningún mérito, así que con la foto basta. Sería un cierto progreso para mí, conseguir tener una opinión asumida y fundamentada sobre la llamada “fiesta nacional”. Llevo años y años intentándolo, y nada, no lo consigo. Siento empatía y proximidad hacia la arquitectura cultural en torno a la tauromaquia y hacia todos los grandes artistas en el arte de lidiar toros bravos. E, incluso, podría emocionarme ante una buena faena, seguro. También reconozco el valor cultural que aporta a nuestro país el hecho de ser un fenómeno único e insólito en el mundo. Por otro lado, los orígenes se remontan, incluso, a la época romana, luego algo de sentido ancestral y telúrico tiene esa ceremonia íntima entre un toro y un hombre, que ha calado hasta los huesos de tanta y tanta gente durante tantos siglos. Sí, todo eso está muy bien, me digo, pero siento un gran cariño, o tal vez amor, y, también, un gran respeto hacia los animales, y sé que un toro burlado, banderilleado y picado solo puede sufrir. Y, ahí sigo, hecho un lío y sin avanzar un ápice en la construcción de un criterio consistente y serio para mi consumo. Por lo pronto, a los toros no voy nunca, y, además, entiendo poco. Desde luego, lo que no estoy dispuesto, por nada del mundo, es a alinearme con ninguna de las tópicas consignas demagógicas y simplistas de un lado y de otro (mucho más tontas las llamadas animalistas, menos elaboradas y, sobre todo, sin el aval de la historia). Prefiero la indefinición; aunque en honor a la verdad, me siento infinitamente más cerca de los taurinos que de los antitaurinos y lamento que en algunos lugares se haya abolido la fiesta. Por algo será, me digo, lo mismo consigo hacerme decididamente taurino y despejar una de mis innumerables dudas en mi vida.
20 NOVIEMBRE 2021
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