EL MAPA DE LOS DÍAS
94. Jueves 1 (11 de noviembre de 2021)
Salí a pasear a las diez cuarenta y cinco de la mañana. Decidí bordear la ciudad. Llevaba conmigo la cámara y el objetivo largo. Tenía intención de fotografiar los reflejos plateados de un arroyo en contraluz de siniestro nombre: -de la degollada- Al parecer el luctuoso hecho ocurrió a comienzos del milenio anterior. Una más de las leyendas toledanas. También pretendía fotografiar una virgen de altar, no de carne y hueso, porque son más fáciles. Salvo esas modestas intenciones fotográficas nada más buscaba. Crucé el puente que separa mi barrio de la ciudad y enseguida me adentré por una cornisa que se va abriendo camino pegada a los contornos del cerro en el que está construido el viejo caserío. El río y yo seguíamos la misma dirección, el abajo, yo arriba. Los cortados de piedra jalonaban nuestro recorrido, a un lado y a otro.
Terminé esa primera fase de mi caminar en el otro puente monumental y antiguo. Tengo que reconocer que, a pesar de mi escepticismo ante el generalizado e incuestionado entusiasmo que despierta mi ciudad, la configuración orográfica y paisajística es impecable y estéticamente irreprochable; con sus tajos abismales, con un río que se deja encajonar entre vertiginosas paredes de piedra y que además la bordea mansamente para añadir armonía y belleza al conjunto. La foto de la cara sur de la ciudad es única, no hay otra que se le parezca. Una panorámica que seguramente será de las más fotografiadas del mundo.
El cálido sol otoñal acompañaba mi conformidad y gusto complacido hacia la que para bien o para mal ha sido mi ciudad toda mi vida. No me dolía nada y me sentía a gusto con mi vida; momentáneamente al menos. Tampoco sentía amenaza alguna sobre mi inocente cabeza. Con una media sonrisa al pensarlo, me dije: -a ver si va a resultar que te has equivocado durante tantísimo tiempo pensando, y lo que es peor, sintiendo, que la vida era una interminable sucesión de imperfecciones, estupideces y contrariedades, y que, en tu caso, es absolutamente falso-. No quise seguir esa conversación conmigo mismo porque me causaba un malestar innecesario.
La Fotografía: A la altura del Cerro del Bu (cerro vertical que se cierne sobre el río), apareció un hombre de pie, en la cúspide del brusco cortado, estático y con gesto contemplativo, o tal vez meditativo. Paré frente a él, al otro lado del río y le observé y no sé porque me dio por pensar que podría ser un suicida que estaba preparándose anímicamente para dar el salto más trascendente de su vida. Me dispuse a fotografiar su salto mortal y me dije: -claro, la razón de que te hayas traído la cámara es que los hados han decidido que actuaras como testigo fotográfico de una inmolación, estética eso sí, pero fatal e irreversible-. Después de un rato de apuntar con la cámara preparándome para documentar el funesto acontecimiento, el que yo suponía un desesperado dispuesto a acabar con sus desdichas muy estéticamente, se agachó como si nada para hacer algo absolutamente banal, que no supe lo que fue. Se cargó el dramatismo de una escena irrepetible y una fotografía única que yo habría conseguido. No me importó demasiado, es más, preferí que la atmósfera maravillosamente otoñal continuara sin sobresaltos teñidos de sangre y tragedia. Apagué mi cámara y seguí caminando como si nada.