1 DICIEMBRE 2021

© 2021 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2021
Localizacion
Madrid (España)
Soporte de imagen
-DIGITAL 12.800
Fecha de diario
2021-12-01
Referencia
3066

 COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS

DOCE: Sobre el perdón: instrucciones de uso para el Ofendido
Introducción: En los últimos días del mes pasado he manejado el concepto del perdón: las circunstancias me han obligado.
No he tenido necesidad a lo largo de mi vida, prácticamente nunca, de pararme a considerar el perdonar o no a alguien. O que haya tenido la necesidad de me perdonaran (no he tenido una vida intensa ni compleja y, además, he sido bueno casi todo el tiempo). Luego, me siento muy ajeno a este dilema: perdonar Sí; perdonar No.
No entro a considerar aquí el valor moral del perdón a niveles filosóficos, políticos o sociales. No es un dilema sobre el que tenga necesidad de reflexionar en este momento (ni nunca, ni yo ni el mundo existimos el uno para el otro). La reflexión que me sirve ahora es de orden personal. Cuando perdonar y cuando no.
Intentaré explicarme.
Para empezar, la línea divisoria entre ofendido y ofensor es difícil de establecer dado que, ambos roles pueden estar contaminados por causas y efectos que generalmente han crecido enrevesadamente mezcladas.
No obstante, para poder determinar la posición de uno y de otro, tendré que partir de que ambos papeles sean puros e incontaminados.
Hay un valor, generalmente admitido, de orden filosófico, religioso, moral y psicológico, sobre la conveniencia del perdón. Cientos de ensayos, citas, postulados doctrinarios y jerga de autoayuda recomiendan perdonar. En nuestra cultura occidental ese valor lo ha patrocinado el cristianismo y en oriente el budismo que también es muy de esa idea; y no tanto las otras dos religiones del libro.
Luego, al ofendido, para su paz y tranquilidad no le queda casi ninguna opción razonable que no sea perdonar (los curas, por ejemplo, gestores del negocio del perdón, perdonan a todo el mundo todo el tiempo, pero claro, no son ellos los ofendidos). Si los ofendidos se resisten al borrón y cuenta nueva se colocan en la incomodidad, en el malestar de espíritu, y si voy un poco más allá, en la culpa. Además, al perdonar hasta puede que consiga la máxima consideración y agradecimiento del ofensor. Doble ganancia.
Para ello, tendrá que relativizar la naturaleza y gravedad de la ofensa recibida, que seguro que no es tan grave porque, al fin y al cabo, finalmente será olvidada (salvo en causas de sangre, pero esas ahora no cuentan).
La vida, ya de por sí, es complicada, intrincada, llena de trampas que nos impiden vivir en armonía y eso debería saberlo el ofendido, e inteligente y consecuentemente, debería aligerar el peso de sus posiciones inclementes y agresivas que tan costoso resulta alimentar (odiar cansa mucho, seguro). Los cristianos, que a fin de cuentas han sido gentes de éxito, lo tienen claro: “…Perdona y serás perdonado.” (Lucas 6:37) y hasta el propio Jesucristo, inventor de estos blandos jueguecitos impartió doctrina al respecto: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: «Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces debo perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» Jesús le dijo: «No te digo que, hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18:21-22).
Al ofendido, que mala suerte, solo le queda perdonar para poder vivir en paz.
La pregunta sería: qué compensa vivencialmente más: perdonar y seguir como si nada hubiera ocurrido; o, por el contrario, afilar las garras en la sombra y lanzar zarpazos pretendidamente mortales e inútiles al aire. Esto último, suena a amargura, desesperación e infelicidad. A pasiones tristes siempre, y, sobre todo, a esterilidad.
El ofendido es elegido por el ofensor y el destino para la gloria de su perdón. Sí, ya sé, suena a puro cinismo, pero también a verdad.
Y ahora un caso práctico: hace muchos años yo ofendí gravemente a un amigo, el mejor que tenía entonces. En buena lógica, no había perdón posible para mí. Mi amigo me perdonó y sentí mucha vergüenza, pero, miserablemente, me acomodé a su generosidad. Eso nos permitió vivir muchísimas cosas juntos a lo largo de muchos años después. Casi todas buenas. Si él no me hubiera perdonado, eso nos habríamos perdido y no habría sido bueno para ninguno. Estoy eternamente agradecido a su generosidad. Por el contrario, a mí también me han ofendido (con cosas de poca importancia, tal vez) pero yo, de verdad, no he perdonado nunca a nadie, solo he disimulado un poquito. Pero claro, con esa actitud puede que me haya perdido vivencias interesantes y desde luego tendré seriamente vetada la gloria eterna, si Jesucristo y los suyos tienen razón.
El ofendido necesita, sabiamente, perdonar para liberar a su conciencia del peso del rencor. El ofendido perdona, el ofensor frivoliza, todos contentos. La vida sigue, y esa es la mejor y la peor noticia.
Conclusión: conviene que el ofendido perdone para que su alma se ensanche y su destino se cumpla. Y, por supuesto que olvide, no hay perdón verdadero sin olvido. “Puedo perdonar, pero no olvidar, es sólo otra forma de decir, No puedo perdonar”. Henry Ward Beecher.
Hay gente con capacidad para perdonar, y gente que no, y estos, aunque no lo parezca, somos mayoría. Aunque, yo podría perdonar, pero reconozco que tan solo por propio interés, si con el perdón obtengo más beneficio que con no hacerlo. Me parezco odioso.
Mañana, el otro lado de la moneda.
La Fotografía: Este raro animal (no sé cómo se llamaba), parece tranquilo, equilibrado y tierno. Un buen dinosaurio, y sí, tiene cara de haber perdonado. Lo que no sé es si duró mucho en su era. No lo creo.

Pepe Fuentes ·