DIARIO DE REVELADO
TREINTA Y SIETE, del veinticuatro de febrero de dos mil veintidós
“Casi sin darme cuenta,
tanto de lo que amaba
ha ido abandonándome”.
José María Álvarez
Desde que me convertí, anómalamente, en fotógrafo digital, he ido dejando abandonado por distintos sitios de mi casa los restos del naufragio analógico. Mis queridos pecios, los fui dejando de cualquier manera, sin consideración, y lo que es peor, sin respeto… en el sótano, en el laboratorio, en el plató, en el estudio. Cuarenta y dos años de amoroso cuidado a mis viejas cámaras grandes y pequeñas (Mamiya RB67, y Canon A1) y numerosos objetivos; todo ese tesoro, valiosísimo para mí, abandonado insensiblemente. Por no hablar de mi Beseler 23CII, y dos objetivos Componon (50 y 100 mm).
Desde hace un tiempo, daba vueltas a una posible solución para mi desidia y tomé la decisión de comprar una vitrina para reunir casi todo el equipo de cámaras y objetivos (para ver los objetos mágicos de mis afanes a diario). Eso he hecho. La pasada semana me acerqué a Madrid a por una vitrina que compré a una pareja de chinos jóvenes (150 €).
No, no voy a vender nada de todo ese equipo, tan querido para mí. Tampoco la ampliadora, aunque no volveré a trabajar con ella. Toda esa maquinaria de fabricar sueños y entelequias forma parte de mí, tanto como mis huesos, mi corazón o lo que es más importante todavía: mi memoria.
Lo que sí intente vender, probablemente, será un número considerable de rollos de material sensible, de distintas marcas, sensibilidades y formato, ahora congelado.
La Fotografía: La Vitrina Sarcófago que contendrá la adorada momificación de mi pasado. Y así, hasta que me muera y luego, pues nada, que lo tiren a un maldito y sostenible -punto limpio-.