LOS DÍAS (8)
Sábado, treinta de abril de dos mil veintidós
Salí de mi casa a las nueve y media. Llevaba la cámara y una clara intención: dar otra vez la dichosa Vuelta al Valle y luego, adentrarme por la ciudad, callejear y a ser posible hacer “bonitas” fotos que decoraran mí también “bonito” estado de ánimo del sábado (aunque no tanto).
La noche anterior, viernes, me había propuesto salir a tomar una copa, pero claro, como hay que esperar hasta que la noche permita el vuelo de los noctámbulos y los deseos florezcan y eso es muy tarde, me dormí antes como un niño o un viejo, que viene a ser lo mismo. Después de cenar puse una película (ya no me acuerdo cuál), para hacer más leve la espera y que los colmillos de merodeador me crecieran, y lo único que me creció fue un inocente adormilamiento que hizo que no viera la película y que me acostara casi sonámbulo ya. Este relato lo tendría que haber colocado en el viernes, pero como lo que quiero contar es del sábado y además me acosté ya en sábado, pues nada, pertenece a este día; además todo lo que hice a lo largo del viernes fue completamente olvidable…
La Fotografía: Estas dos personas me precedían a buen paso. Debían ser una pareja de visitantes de la ciudad (bueno, eso solo lo supongo); ambos caminaban a unos cinco metros el uno del otro. Él no llevaba nada en las manos y pude observar, cuando me adelantó, que ya lucía una incipiente barriguita a pesar de ser joven y vestir completamente de negro. Ella, parecía más interesada en lo que la rodeaba y de vez en cuando se paraba y tomaba fotos con su móvil. Me impresionó su hechura física y me dije que, en caso de una confrontación física con ella, incluso sexual, yo no tendría nada qué hacer, sería aniquilado enseguida.