LOS DÍAS (11)
Sábado, treinta de abril de dos mil veintidós
…Inicié la ascensión hacia el centro de la ciudad. Mis pasos, impremeditadamente, me situaron frente a la entrada del Real Colegio de Doncellas Nobles, fundado en el año 1551 por el arzobispo de Toledo y cardenal Juan Martínez Silíceo, con el copatronazgo del rey Felipe II y que tenía como objetivo la educación de jóvenes para ser buenas madres de familia. Una niña preadolescente de mi barrio (tonteábamos, nos gustábamos) fue a ese colegio; lo que no sé es si consiguió ser una buena madre de familia. Supongo que sí, por qué no.
Bueno, el caso es que, acordándome de ella, no me resistí a entrar a visitarlo para ver donde habitó mí perdido amor preadolescente. Me gustó hacerlo, aunque me resultó de una severidad lúgubre, de hecho, el uniforme de las doncellas en la época de mi pequeña novia era negro (toda una declaración de principios). Aquello sucedió a mediados de la década de los años sesenta.
La Fotografía: Hice fotos en el interior de la iglesia y en la galería que rodeaba a un patio sombrío con una triste fuente de granito en el centro. También fotografié el monumento funerario del Cardenal Silíceo, pero esas imágenes están en Google, así que no las traigo al diario, para qué. Sin embargo, un poco después del colegio fotografié a este grupo de turistas que avanzaban resueltos abriendo las umbrosas sombras de un cobertizo que comunicaba conventos de clausura (en la zona hay varios). A mí el niño (o niña) de la mano de un hombre con aspecto de gordo, me parece antiguo, por lo menos de hace setenta u ochenta años. Contemporáneo mío (mis fotos de entonces eran iguales). En el instante de hacer la toma, quizá se produjo un paranormal pliegue del tiempo y por un momento estábamos en los años cincuenta. No sé.