DIARIO DE VIAJE: A Teruel
Día 1.1 Lunes (16.05.2022)
Sí, he decidido viajar, corto y sin demasiadas pretensiones. Esta vez solo, para alejarme así mi aburrido confort cotidiano. Iré a Teruel, capital y provincia.
Salí de mi casa en dirección Este, a las 6:10 de la mañana. Mi ánimo estaba impecable, de estreno parecía.
Primero oí durante un rato una detestable novela en audible, de un autor desconocido, de relamido y cursi lenguaje de serie romántica de la más baja calidad. Tópica hasta el enfado. Desconecté cuando comprobé que era irredimible (El amo de Roma, se titulaba, sobre el emperador Cómodo). Sintonicé música clásica porque me permitía entrar en un estado de ánimo más atento y receptivo a lo que veía.
Paré dos veces, una a repostar y otra porque sí. Llegué a Albarracín en torno a las diez de la mañana.
Coincidí con algunos visitantes en un aparcamiento público que llegaron al mismo tiempo y enseguida montamos una pequeña cola frente al dispositivo de expedición del tique de aparcamiento. Una vez salvado el trámite municipal me apresté a callejear despaciosamente.
Albarracín es un pueblo turísticamente perfecto: en cuesta, marrón, intrincado, de calles estrechas y tan bien acabado todo que tienes la sensación de que te adentras en una primorosa y pulcra maqueta a tamaño real. No tiene mácula ni defecto aparente alguno. Me pregunté si también tendría alma, porque como es sabido las almas son simas de luces y sombras. Albarracín no, era todo luz, luego tal vez tan solo fuera una impostura organizada para complacer a los visitantes. Quizá, a los que nos atrevemos a visitarlo, tendrían que darnos a la entrada unas calzas esterilizadas por si traemos manchadas las suelas de los zapatos.
A las once y media había vuelto de recorrer el pueblo, hora y media después. Callejeando vi turistas bien pertrechados con todo lo necesario, casi todos nacionales y generalmente parejas en la treintena con sus dos niños de rigor (todas las parejas jóvenes tienen dos hijos y no sé por qué de esa unanimidad). Ah, y todos los críos de entre cinco y diez años; no sé si los adquieren en plan lote manufacturado: póngame uno con un niño de ocho y una niña de cinco… y así, una vez perfectamente acabados como unidad familiar, se van a pasear a pueblos turísticos…
La Fotografía: Una postal, de Albarracín. Como se nota que soy muy viejo ya porque hace tiempo que no se editan postales (creo). Esta imagen y otras parecidas que suelo hacer sin recato, impúdicamente, me hacen preguntarme: ¿hasta cuándo seguirás haciendo estas antiguallas, tío?