DIARIO DE VIAJE: Al Noreste
Día 3.1 Jueves (05.10.2022)
… Amanecí en el hotel insufriblemente espantoso, en Azagra. Me desperté en torno a las siete, pero no me levanté hasta media hora después.
Bajé al bar con el que contaba el hostal, o más bien al revés, y desayuné un café con leche con una tostada con aceite y tomate, como todos los días. Mis desayunos todos los días iguales, sabrosos y nutritivos. Mientras desayunaba entraban clientes habituales a tomarse el café de primera mañana y hablaban brevemente con el dueño. Observé que tanto las conversaciones, como la entonación del lenguaje, como las bromas que se gastaban eran exactamente iguales aquí como lo podían ser en Extremadura, donde había estado hacia dos semanas. No sé a qué vienen tantas estúpidas y estériles peleas por esas supuestas, sacrosantas e inalterables señas de identidad (pura y vomitiva manipulación y corrupción política).
Me dirigí a Logroño (63 Km). Llegué en torno a las nueve y media. Busqué aparcamiento sin éxito, por lo que tuve que aparcar en uno público, en pleno centro. No había estado nunca en esa ciudad, pero intuía que, como me pasó en Zaragoza, no me sería una ciudad propicia, ninguna de más cien mil habitantes suele serlo para mí. Me gustan los pueblos, tan manejables, o el campo abierto, mejor todavía.
Paseé un rato por el centro: me encontré con la Catedral, donde entré, pero en la que había una concentración de mandos de la policía nacional: hombres de mediana edad, con trajes de gala, guantes y chatarrería en sus solapas. Siempre me he preguntado dónde consiguen esos hombres toda esa bisutería intranscendente; me contesté diciéndome que, capturando bandas de malos, gentes con mala sombra, delincuentes, ladrones y asesinos. La respuesta me dejó satisfecho. Eso no fue óbice para que me dijera que a cualquiera sin uniforme que haga bien su trabajo, medallas no le regalan. Tendrá que ser así, me dije.
Paseé por el Espolón, tan célebre paseo, con una estatua ecuestre del general Espartero (era de los buenos en el siglo XIX), y de pronto me pregunté ¿pepe, que coño haces aquí? También me contesté con prontitud: Nada. Sin dudar ni un solo instante, desaparqué el coche y salí pitando hacía el siguiente punto del viaje: San Millán de la Cogolla (43 Km). Llegué en torno a las doce, quizá un poco antes. Me dirigí a la entrada del Monasterio de Yuso, saqué mi entrada y pedí hacer la visita solo, a lo que me dijeron que eso era imposible, que tenía que incorporarme a un grupo guiado y que tenía suerte porque acababa de empezar una visita de esa naturaleza. Un señor amabilísimo me llevó por pasillos y escaleras hasta la ceremonia de visita colectiva que acababa de empezar. Me resigné…
La Fotografía: En Logroño no hice ninguna, bueno sí, hice alguna, pero las eliminé, no me gustaban. Foto de algunos de mis compañeros-turistas por las estancias visitables del Monasterio de Yuso.