LOS DÍAS 12
Viernes, veinticuatro de Febrero de 2023 (uno)
Por fin ha llegado el viernes que llevo esperando más de un mes ¡¡¡qué alegría, por Dios!!! Sin embargo, cuando me he despertado no he sentido nada especial, tengo la misma sensación decepcionante, contradictoria y sosa de cualquier día. Alegría, lo que se dice alegría, real, la que hace que una especie de hormigueo te recorre el cuerpo y, sobre todo, un nerviosismo que parte del estómago y te invade todo entero, nada de nada. Si fuera así -me he dicho- deberías estar sintiendo una excitación de esas que hasta te sudan las manos y cuentas los minutos hasta que lleguen los mejores momentos, los más esperados. Sospecho que el origen de esa dejadez perezosa radica en un exceso de bienestar.
Para empezar bien el día, por la mañana no tengo que salir a mi aburrido paseo diario, así que puedo pasar la mañana en mi estudio (que es lo que más me gusta), es más, ahora son las ocho de la mañana y estoy tumbado en mi “Chaise longue” de no hacer nada de provecho y escribiendo lo que estoy escribiendo. Eso me parece genial y así lo estoy sintiendo, pero alegría lo que se dice alegría, pues no, o sí; que ya es que ni me entero de lo que siento y de lo que no. Al menos no me he despertado metamorfoseado en un asqueroso insecto como le ocurrió a Gregorio Samsa. Méritos para ser una criatura kafkiana hago a diario, pero los dioses de la literatura no lo permiten.
Comeré a las doce y media (una hora de adelanto respecto al horario habitual), y eso será diferente. No está nada mal. Cada día me despierto antes, desayuno antes, como antes, me duermo antes. Como siga así el hoy se convertirá en ayer. Lo mismo regreso a mi momento nonato. Quizá eso me convenga, aunque no estoy seguro.
A las dos menos cuarto tengo previsto salir hacia Madrid, a visitar la Feria de Arte Contemporáneo (Arco), que tantísimo me gusta. Es para mí un acontecimiento anual de los más importantes del año. Estaré allí, encantado, más de tres horas. Será genial, seguro. O no, lo contaré, desde luego que sí.
Después al teatro: Las guerras de nuestros antepasados, en el Bellas Artes. Me apetece mucho. Cualquiera puede ver que el día irá como un tiro, genial todo. Ya solo me falta que mí ilusoria alegría se haga realidad, pero, por ahora, a las ocho y media sigue sin suceder.
Cuando salga del teatro, si todo ha ido bien, se supone que tendría que estar feliz, mucho, encantado; pero no sé, a lo mejor solo estaré cansado.
Me prometí cuando ideé la agenda, después de las dos primeras fases del plan, ir a cenar a un restaurante aceptable y luego hasta tomar una copa, como si fuera un tipo dinámico, inquieto y con fácil propensión a la plenitud y a la sociabilidad.
Me temo que cuando salga del teatro, después del infierno de las guerras representadas en el escenario, me sentiré impresionado y decidiré volver a mi casa, calladamente, sin jolgorio nocturno.
Ya veremos. Lo contaré, sí, en este diario, lo que me pase y lo que no.
La Fotografía: La primera fotografía que realicé en Arco, toda una inquietante premonición, o pura alquimia: como una puñetera carretilla repleta de pura basurilla transmuta en obra de arte. Eso es lo que quiero que me pase a mí. Convertirme en arte, puro arte y tan solo porque sí, porque yo lo valgo, o, justamente, por lo contrario.