LOS DÍAS 15
Jueves, nueve de Marzo de 2023
Bien por mí. A veces no tengo más remedio que felicitarme, aunque me cueste. No estoy acostumbrado a aplaudirme porque en vez de tirar yo de mis hechos, suele ser al revés. Lo que acabo de escribir no se entiende bien, yo no, desde luego; llevo un rato pensando lo que he escrito y no consigo aclararme del todo. A ver, me parece que actúo a partir de un cierto automatismo instintivo e inevitable y que no soy yo el que gobierna mi vida; sino la vida la que me gobierna a mí. Visto así, parece que la insensata contradicción se explica algo mejor. O, incluso, estupendamente, si me apoyo en un ejemplo sencillo: respirar es un automatismo sin el cual la vida es imposible, pero que se realiza mecánicamente y no es preciso que nadie se felicite por hacerlo. Pues bien, ahí estoy yo con las cosas que hago, que no tienen mérito porque son como si respirara, luego razones para felicitarme, no tengo.
Por ejemplo, ayer, miércoles, me fui a pasar la mañana al Museo del Prado, y eso estuvo bien; aunque podía no haber ido, no tuve más remedio que hacerlo, porque si no hubiera dejado de respirar y me habría muerto ¡¡¡qué risa!!! Ver las cosas de ese modo.
Salí en el tren de las nueve y veinticinco y a las diez estaba en Atocha. A las diez y media entraba en el Museo. Todo iba bien. Comencé la visita desde la planta menos uno y fui ascendiendo hasta la segunda. Fue una visita pausada, tranquila, deteniéndome en aquellas obras que me llamaban la atención fueran de artistas más conocidos o menos. Lo que me importaba era disfrutar de las obras más que seguir un guion por orden de importancia. Cumplí con el propósito. Tres horas y media después estaba cansado.
A las tres menos cuarto salió el tren de vuelta y llegué a mi casa a las tres y media. Seguí el recorrido inverso, sin apartarme ni un metro del mismo itinerario. Tampoco me encontré con nadie que me llamara la atención, o que se dirigiera a mí, salvo una impertinente vigilante del museo (no sé por qué, en los museos siempre tengo alguna fricción con esos personajes sombríos y callados).
La tarde la pasé en el estudio. A las ocho me preparé mi ensalada habitual con queso azul. Vi una excelente película (thriller nórdico). A las once y media ya dormía. Desde luego que fue un excelente día, pero, Museo del Prado solo hay uno y a diario no puedo ir.
La Fotografía: Toma parcial de la obra de José Moreno Carbonero (1860/1942), pintor de historia y retratista de la sociedad madrileña, a caballo entre dos siglos XIX y XX, del que nada sabía. Siempre se mantuvo al margen de los ismos que florecieron en ese periodo y cultivó un brillante naturalismo que, a pesar de todo, en este caso, presenta una atmósfera romántica. La obra representa al Príncipe de Viana, de Navarra, que heredó el reino de su madre Blanca de Navarra, pero le fue usurpado por su padre Juan II de Aragón (padre de Fernando, el Católico). Hombre cultivado y melancólico que pasó su infortunada vida en una permanente y agria disputa con su padre, con falsas reconciliaciones que se frustraban enseguida. Pasó periodos tristemente confinado. Murió a los cuarenta años. A pesar de que no se podía fotografiar (no llevaba la cámara), lo hice con el móvil y, como siempre me sucede, me pillaron y reconvinieron, pero no tuve más remedio que hacerlo porque la obra me pareció fascinante.