DIARIO ANALÓGICO
La Soledad 3
Viernes, diecisiete de marzo de dos mil veintitrés
… Dijo Aristóteles, que solo los dioses y las bestias podían vivir felices en completa soledad. Ahora, en nuestro mundo y tiempo, también los seres humanos podemos aspirar a ser felices en soledad (hay más recursos para la autosuficiencia), aunque no lo consigamos (la risa es la máxima expresión de la felicidad, y solos no nos reírnos nunca). A partir de una cierta edad, la soledad es el estado habitual y no sé si natural de las gentes maduras, o directamente viejas. Estamos tan asustados que no soportamos a nadie cerca (tememos que pueda corromper o joder nuestra paz de muertos en vida). El paso del tiempo lo ha ido destrozando todo en nuestras vidas y las pérdidas incesantes hacen que a nuestro lado ya solo haya silencio y vacío.
Llega un momento en que todo el mundo se ha ido y nos vemos abocados a rodearnos de ruido y entretenimientos porque si no, no podríamos soportarlo. Pero, claro, con esas circunstancias y condiciones, de felicidad, mejor ni hablamos.
Muchos aspiramos a conjurar la soledad porque pesa mucho, pero, como es imposible, no queda otra que olvidar el intento silbando, para que no se note demasiado el fracaso frente al espejo. Es imposible, habría que retorcer el brazo a la realidad, y, lo que es peor, a uno mismo.
Por hoy no se me ocurre nada más que decir. Son las seis y media de la tarde, el ambiente es primaveral, pero yo no tengo ganas de nada ahora (me temo que estoy deprimido, aunque no estoy seguro). Sospecho que acompañado tampoco las tendría. Mejor que todo siga igual.
Quizá lo que me pase en este preciso instante es que me siento acuciado, acorralado por una insondable sensación de soledad. Mañana estaré mejor, sin duda. Para mantener el interés en mí mismo, suscribo lo que dice Peter Handke: “Un escritor o cualquier otra persona que hubiera superado el estar solo, dejaría de interesarme”.
La Fotografía: Esta imagen y las demás son hijas de la soledad, en una época en la que no me sentía solo, aunque cuando fotografiaba lo estuviera. Ahora fotografío menos que hace diez años, cuando realicé esta foto. Forma parte de un montaje múltiple (seis imágenes), en las que partiendo de la de hoy, me voy despojando de toda la ropa hasta quedarme desnudo (es lo que pasa con la soledad, que nos despoja de todo lo que nos protege). En realidad, independientemente de momentos existenciales, a mí, casi todas las fotos más personales siempre me han salido igual. Y, menos mal; otras, no me habrían gustado.