COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS
VEINTIOCHO (y 2): … Los miembros de La Zaranda, con Calonge como autor, y Francisco Sánchez (Paco de La Zaranda) como actor director, y todos los demás, les habría gustado estar encantados (a lo mejor lo están), pero en sus obras, cada una de ellas más que la anterior, solo transpiran desencanto. E imposibilidad, que conjugan en todas sus acepciones posibles.
La vida y el teatro como proyecto y experiencia fallida, sin solución. Yo siempre he estado con ellos en cuerpo y alma, no en vano ellos ya tienen cuerpos envejecidos (sexagenarios), como yo.
Pero hoy, por primera vez, me he sentido desencantado, defraudado con su última obra: Manual para Armar un Sueño. Ha sido así porque ya me he cansado de sus cosas, que siempre son las mismas. Casi Palabra por Palabra, emiten un mismo discurso laberíntico: juegan a la inacabable paradoja y a la metáfora poética previsible y bien aprendida, sin salida posible, para así hacer pensar al público. Pero solo confunden porque ya hemos aprendido que las salidas, sencillamente, no existen. Tampoco para ellos, y lo saben, pero disimulan para seguir manteniendo eternamente el buen “rollo”.
También estoy cansado del pobrismo de sus atrezos, que, aunque originales por el manejo imaginativo de los cuatro cacharros que sacan a escena (en esta obra, más pobre que en otras), tan desastrado. Son como Diógenes Laercio, siempre revolcándose en un miserabilismo que ha ido perdiendo frescura incesantemente en cada uno de sus últimos montajes. Todo es decrepitud, la concepción, las palabras, sus vestuarios, sus montajes y ellos, sobre todo ellos, que ya aparecen como intolerablemente viejos, sin regeneración o renacimiento posible, ya no, por mucho que se aúpen en precarios Clavijos quijotescos. Qué lástima todo; que pena todo; que lamentable estertor todo lo que inventan…
Dicen ellos: “De nuevo, desafiando a la muerte y al olvido, buscarán la alegría del reencuentro con el teatro (…) Manual para armar un sueño, es una decidida oda a la esperanza, que quiere arrojar la luz en las tinieblas de un mundo hostil a todo lo que escape a su comercio”.
Adornan su “mensaje” con supuestos planteamientos de un idealismo animoso, mirífico, no sé si de raíz católica o comunista, que viene a ser lo mismo. Como alquimistas imposibles intentan convertir la decadencia irremisible en gestos y gestualidad esperanzada, plena de autenticidad porque creen estar en poder de la verdad moral, por los siglos de los siglos (amén). Sí, porque además se arrogan la posesión de una épica de la esperanza y la redención a través de verdades existenciales incontrovertibles. Ya está bien, Calonge y los demás, eso ya no cuela, al menos yo no me lo trago, y no lo hago porque no soporto a los moralistas y predicadores, y vosotros lo sois, pero ya está bien, por Dios, ya está bien de tanta moralina de carnes colgantes. A la mierda con todo eso.
La Fotografía: Un espectador que huye espantado de la representación repetida “ad náuseam” de La Zaranda (se pone su jersey atropelladamente, sin mirar hacia atrás), me tomó la delantera en la huida, él salió del teatro el primero y yo el segundo, también sin mirar atrás, dispuesto a no volver a ver a La Zaranda, aunque si hay una próxima porque ellos no se hayan muerto y yo tampoco (todos, ellos y yo, ya estamos en el corredor de la muerte), lo mismo me dejo llevar por la costumbre y asisto.