DIARIO DE VIAJE: Al sureste
Lunes: veintinueve de mayo de dos mil veintitrés.
… Mojacar, lunes por la mañana. Recogí la habitación y esperé la hora del desayuno (9 h.), sentado en la terraza frente a la puerta del bar del hotel. El sol de la mañana era espléndido y dos parejas maduras también se disponían a desayunar.
Buen desayuno (zumo, tostada con aceite y tomate y café con leche).
Me sentía bien. Parecía que había superado el bache anímico del día anterior.
Lo primero que hice fue dirigirme a Rodalquilar, referente paisajístico para mí desde hace treinta años. También las instalaciones ruinosas de las minas de oro, que comencé a fotografiar en el año mil novecientos noventa y dos. Ahora está todo muy distinto, apenas reconocible desde aquellas primeras fotos.
Desde las minas, por una pista pedregosa de la sierra crucé hasta Albaricoques y el Cortijo del Fraile. Seguí por carreteras secundarias en dirección al Desierto de Tabernas, otro de los referentes esenciales para mí desde mil novecientos ochenta y seis. Visité el parque temático Oasys, un desafortunado híbrido entre poblado del oeste y parque zoológico. Comí una hamburguesa en ese lugar, pero apenas fotografié. Después de comer me dirigí a Fort Bravo, y ese si me ha parecido siempre un espacio más cercano a lo que se entiende como escenografía propia de las películas del oeste. Siempre que visito Tabernas voy a ese parque. Me encanta. Fotografíe profusamente como homenaje a mi gusto por las películas del oeste y porque era la última vez que lo visitaba. Creo que a los enclaves polvorientos del western no volveré nunca.
A las seis y media de la tarde decidí marcharme; el plan de viaje consistía en ir a dormir a San José y el día siguiente volver a mi casa. Miré la distancia desde donde me encontraba y comprobé que había 70 km y, además, suponía alejarme de mi ciudad, para, al día siguiente volver a cubrir esa distancia de vuelta.
Me dije: vuelvo ahora mismo; además, la tarde había sido horrible por los dichosos dolores inguinales.
A las once de la noche entraba en mi casa, después de cinco días de viaje.
La Fotografía: Fort Bravo: La bella y el malo (o tal vez era el bueno, porque el feo, seguro que no).