ADENTRÁNDOME EN LAS TINIEBLAS 31
Miércoles, seis de septiembre de 2023
Ayer, sentí la mordedura inclemente de la depresión y noté que la visita era suya porque la presión que ejercía la ley de la gravedad en mi cuerpo era muy poderosa. Me hundía en el suelo bajo mis pies.
A mí nunca me duele la cabeza, por ejemplo, y ayer me dolió toda la tarde. Algo no iba bien. Sentí que pesaba el doble y que necesitaba arrastrarme para ir de un lugar a otro de la casa. Eso no me sucede nunca.
Cuando estoy estabilizado duermo bien; ahora, de unas noches a esta parte, me despierto a las dos y tardo mucho en reencontrar el sueño, sin causa aparente. Eso es por algo, me digo. Y sí, es un síntoma de lo malo, me parece.
Estoy acostumbrado al desánimo, a la falta de motivación vital, al dejarme llevar por una inercia cadenciosa y vegetativa; pero no estoy familiarizado con la depresión que dicen que es espantosa. A pesar de creer haberla sufrido a principios de mi década treintañera, me parece que no llegué a estar afectado verdaderamente (quedaba bien decir que estaba deprimido al más mínimo desaliento o contrariedad, pero no era verdad, aunque entonces me lo creía). Sin embargo, si fue lo que vislumbré ayer por la tarde y la amenaza me pareció muy seria. Olía a enfermedad pura y dura. Sentí miedo.
No obstante, no debo preocuparme demasiado todavía porque mi estado de ánimo es tipo tobogán o corcho debajo del agua (siempre termina flotando).
Además, voy a cambiar algunas cosas de mi vida, pocas, pero espero que sean suficientes por eficaces. Lo dije el otro día: reducir los deseos inalcanzables a la mínima expresión (es un defecto que tengo: mirar hacia arriba); encogerme de hombros más veces al día; olvidarme de las mujeres como posibilidad vivencial (salvo sexualmente); cocinar más y mejor; clausurar mi vida social, y esto merece una matización: no, no es que sea un sociópata, es otra cosa: simplemente es porque el mundo pasa olímpicamente de mí y no me queda otro remedio que reaccionar autoafirmándome (algo así, como el tú más, de las rabietas infantiles); creo que esto será lo más fácil de todo. Sí, y quizá, alguna cosilla más. Todo se resume en asumirme existencialmente como un ser callado e invisible. El mundo, es decir, los otros y yo, cuando nos cruzamos en la calle, nos ignoramos, como si no existiéramos (yo no los deseo a ellos, ellos no me desean a mí). Así es y será bastante fácil. Cosa hecha.
La Fotografía: Libre interpretación de la alegoría: Los cuatro jinetes de la Apocalipsis: “La guerra, el hambre, la peste y la muerte siempre han sido símbolos de los cuatro jinetes del apocalipsis. Representan las tragedias e infortunios que dan fin a la humanidad”. En este caso, he optado por el alazán rojo que alegoriza la guerra porque es y siempre ha sido otra constante de nuestra existencia en la Tierra. Sí, porque mantener fuera de las murallas del yo al azote de la depresión es una batalla eterna que libra el ser humano.