LOS DÍAS 55
Sábado, dos de Septiembre de 2023
Tiempo borrascoso hoy. Mañana también. Yo, por el contrario, en estado letárgico y temeroso. Sin ánimo.
Hoy tengo un compromiso pactado, una visita de tres personas (una conocida, la amiga y los otros dos pajaritos, completamente desconocidos), que vienen de Madrid a no sé qué. Me he comprometido con la petición que la amiga me hizo el otro día, pero no sé muy bien porque accedí a encontrarme con ellos.
Ahora son las siete cuarenta y cinco. Amenaza lluvia y no tengo ganas de nada. Luego, seguramente, tampoco.
Voy a salir a dar una vuelta corta con Mi Charlie, luego se lo llevará Naty.
Me gustaría que lloviera todo el día y yo viéndolo desde el ventanal de mi estudio absolutamente hipnotizado por el agua que caiga y que llevo meses sin ver. Me gusta la lluvia. Mucho.
El problema es que tendré que atender a la dichosa visita. Lo contaré.
Mañana no tengo intrusiones que atender así que ojalá llueva y lo que no haré hoy pueda hacerlo mañana. Ya veré. Lo que no ofrece duda es que el domingo mi estado de ánimo no habrá mejorado ni un ápice. Procuraré disfrutar del desánimo.
A las diez de la mañana me liberaron de la indeseada visita porque a los seguros molestos visitantes les dio miedo la lluvia que no caería (yo sabía que no llovería) pero me vino estupendamente su aprensión. Para celebrarlo cogí la cámara y subí a la ciudad a dar una vuelta.
Anduve despacio y solo hice una o dos fotos. Lo de fotografiar en mi ciudad: qué aburrimiento, por Dios. Caminando hablé durante bastante tiempo con mi amigo Armando, primero, y luego con mi amiga Carmen. Estuvimos de acuerdo en todo. Llegué a mi casa dos horas después. Desolado.
Comí mal, guisos recalentados.
Sabía que por la tarde sería un infierno depresivo.
Hubo un intervalo en el que vi un partido de fútbol del Real Madrid. Ganamos a toque de corneta. Me entretuvo un poco.
Después otra vez al estudio y llegó la lluvia. La vi hasta que se hizo de noche.
A mi hora de cenar, cené. Lo de todos los días. Mientras y un rato después vi una película antigua titulada El Gato, interpretada por unos soberbios Jean Gabin y Simone Signoret y dirigida por Pierre Granier-Deferre, a partir de una novela de Georges Simenon. Tristísima. La película cuenta sobriamente la historia crepuscular de un matrimonio en guerra total librada en plena vejez, como consecuencia del tedio y la incomunicación. Y en medio un gato, pobrecito mío.
Ningún proyecto humano de dos, léase amoroso y matrimonial (no es lo mismo) aguanta el paso del tiempo. Y después a morir todos, hasta los gatos.
La Fotografía: La revelé por la tarde noche, mientras llovía. Son mis padres vestidos de padrinos de boda, en las escaleras de un museo de mi ciudad, que en aquellos tiempos utilizaban los fotógrafos de bodas para enmarcar la risueña felicidad de los novios, esa que luego se acaba enseguida, como la de mis padres. Nosotros nunca tuvimos gatos, pero si perros. Mis padres, en el colmo de la austeridad reproductiva, solo tuvieron un hijo (yo, que salí torcido). Gabin y Signoret, ni eso. Es lo mismo porque todo acaba siempre igual, mal.