8 SEPTIEMBRE 2023

© pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Fecha de diario
2023-09-08
Referencia
6623

COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 33.1

Alguien dejó la puerta abierta y entraron los perros equivocados». Película: Infierno de cobardes, de Clint Eastwood (1973).
Sí, eso es lo que nos pasó a los españoles, o, dicho de otro modo, al estado español con la constitución de 1978. Y digo estado y no nación, porque éste es el conjunto de normas, disposiciones, leyes por los que se ordena el territorio, se rige la población y se establece la soberanía y orden, en este caso, nominalmente democrático (ahora ha mutado en autocrático). Y no digo nación, porque la nación tiene implicaciones, tanto semánticas como ontológicas infinitamente más complejas y amplias: “población de un territorio que comparten vínculos históricos, culturales, religiosos, etc… y generalmente hablan el mismo idioma”. Míster Google.
No, no es nuestro caso, el de los españoles. Antes de seguir diré, como he dicho siempre, que yo me considero culturalmente español, pertenezco a la cultura y a la historia española; pero jamás nacionalista, y jamás creyente en nada radicalmente; salvo, tal vez, en odiar cualquier tipo de régimen autoritario, dictatorial, autocrático y pervertido en general.
Pues sí, aquí creamos un espacio de convivencia compartida (Constitución) que todos celebramos y en el que seguimos creyendo acríticamente pero que llevaba implícito un diabólico mecanismo de autodestrucción dentro (habían inoculado los nacionalismos que, con el tiempo, y dado los precedentes republicanos, e incluso antes con los cantonalismos del siglo XIX, solo podrían devenir en caos). En vez de desactivar la perversa anomalía hemos preferido convertirla en objeto de culto, es decir, sacralizar la dichosa norma de la discordia, lo que viene a suponer fanatizarla (no todo es maligno en ella).
Ahora ya es tarde para todo. El estado español como lo conocíamos se encuentra en fase terminal. Y, en cuanto a la nación, se limita al setenta por ciento (más o menos) de lo que considerábamos como tal.
Urge, para evitarnos dolores de cabeza de ellos y nosotros, que reconduzcamos la situación y que cada cual viva como quiera, política y culturalmente. O, dicho de otro modo, los españoles en España; y los periféricos con las naciones-estado que elijan en sus respectivos territorios (yo nada quiero saber de esas gentes, sencillamente porque detesto los nacionalismos y ellos lo son por encima de todo). Los perros, a la calle o a sus espacios naturales, lo que viene a significar: -cada mochuelo a su olivo- y así todos contentos (ellos y nosotros, porque, obviamente, no somos lo mismo).
En resumen, por nada del mundo deseo que esas gentes condicionen nuestras vidas y nuestro orden político y cultural, sencillamente porque desde el odio declarado que nos profesan solo pueden hacernos daño. Todo el que puedan, es decir, mucho.
Creo que este asunto da un poco más de sí en su vertiente de bochornosa actualidad, por lo que seguiré mañana con la monserga…
La Fotografía: Un mundo repleto de banderas, banderas y banderas y más y más banderas. Qué coño se creen los de las banderas que hay detrás de los coloridos trapos: nada, absolutamente nada, solo manipulación e ignorancia.
«Lo que se propone el Govern es rigurosamente incompatible con un Estado de Derecho. No necesito otro argumento para rechazar tal propuesta. Yo no soy nacionalista y todas las banderas me repugnan. Soy más bien provinciano, incluso comarcal. Soy pueblerino, digamos hortelano. Con el huerto me basta», afirmaba Marsé en el diario El País.

Pepe Fuentes ·