DIARIO DE VIAJE: a Castilla León Oeste.
Jueves: veintiuno de Septiembre de dos mil veintitrés
Día 4.1
Amanecí en el hotel-zulo, poco después de las seis de la mañana. La náusea seguía agarrada a mi estado de ánimo como una maligna garrapata. Me duché, llamé a recepción para que me devolvieran el carnet, que hicieron por el agujero del susto de la fachada. Me largué de allí, todavía enojado. Llovía.
Me dirigí a Valladolid donde llegué casi de noche todavía. Aparqué cerca del Museo Nacional de Escultura, mi principal objetivo de la mañana. Llovía.
Había visto en internet que el Palacio Real estaba abierto desde las ocho de la mañana, lo que me extrañó sobremanera, así que, como estaba cerca y el Museo no lo abrían hasta las diez, me dirigí a ese Palacio que era visitable pero no sabía que contenía. Me extrañó al llegar a la puerta que en el zaguán inmediato había gigantescos soldados que parecía que regulaban la entrada. No obstante avancé, y claro, uno de los titanes, se interpuso y me dijo que las visitas, a partir de las doce ¡ya decía yo que lo de las ocho era raro! Llovía.
Busqué una cafetería para desayunar y la encontré. El desayuno, además de caro, estaba rico ¡menos mal!
Me sobraba tiempo. Paseé por las inmediaciones, lloviendo, hasta que llegó la hora de apertura del Museo…
La Fotografía: Primero, una de las tres sedes, la de la Casa del Sol, que alberga una diáfana y espectacular escenificación de copias de los grandes mitos y obras maestras del mundo grecolatino. A pesar de que eran vaciados, reproducciones a fin de cuentas, la muestra en la luminosa sala de altas bóvedas blancas me impresionó. Tanta belleza concentrada era sobrecogedora.