LOS DÍAS 80
Lunes, once de Diciembre de 2023
He caminado por la orilla del río de nueve a once de la mañana, entre la niebla, como un gorila. No he pensado en nada en especial, aunque tengo mucho en lo qué pensar. Solo escuchando 2666.
Recuerdo a mi padre, cuando afectado por el alcohol se metía en su dormitorio a las ocho y media de la tarde-noche (dependía de la estación del año), diciendo que tenía cosas en las que pensar. Yo, niño como era y consciente de que no nos estaba yendo nada bien en la vida, pensaba que a lo mejor a mi padre se le ocurría una gran idea y entonces todo mejoraría para nosotros. Eso nunca sucedió, por supuesto.
En cuanto a mí, como a mi padre, no me sale el pensar lúcido, sobre todo porque no tengo técnica, es decir, las buenas ideas deben tener continuidad obsesiva hasta llegar a la feliz cristalización y yo no, me distraigo a la más mínima. ¿Y cuáles son esas cosas en las que debería pensar y no pienso? Es asunto bien sencillo: en la felicidad, la mía, claro. También existe la felicidad colectiva (ahora estoy leyendo a Marina, que de eso sabe), pero eso a mí me excede.
Veamos: se trata de armonizar las buenas y malas circunstancias que adornan o afean el yo, mi ser, sin ir más lejos.
Las buenas, o no perjudiciales: salud (bueno eso solo lo creo); curiosidad intelectual y cultural constante; capacidad para disfrutar de los sentidos; ganas de viajar corto; indiferencia social… y algunos aspectos más, todos ellos aparentemente negativos pero que para mí son positivos (tengo una cierta capacidad para reconvertir lo negativo en positivo, a pesar de mi pesimismo estructural).
Las aparentemente malas, pero objeto de reconversión en buenas: edad provecta (esto no hay modo de cambiarlo); cotidianidad plana; vida social inexistente; vida amorosa y sexual, también; energía física en franco decaimiento; proyectos, ninguno; desgana en franca e imparable progresión; soledad continuada e irreversible; posibilidad de enamoramiento a corto plazo igual a cero (a medio plazo ya no lo necesitaré porque me habré muerto como consecuencia de este desolador diagnóstico). Por cierto, se me ocurre con visos de ser cierto, que la más directa y segura manera de ser feliz a mi provecta edad sería enamorarme y que se enamoren de mí. Me temo que eso es imposible.
Convertir ese pegote informe y feo que son los rasgos de carácter que me configuran, en forma armoniosa, bella y atractiva (al menos, para mí); es y no otra cosa, en la que debo pensar cada día y sin distraerme. En consecuencia conseguiría el estadio al que se refiere Karmelo Iribarren: “Si te vas a la cama cansado y contento es que eres feliz”. Ese individuo quiero ser yo. No es fácil, pero no tengo nada mejor qué hacer. No hay reto más conveniente para mí, aquí, en este tiempo y en el espacio que ocupo.
Probablemente, en la historia de la filosofía, quienes han pensado más insistentemente en la felicidad hayan sido los estoicos, seguidos de los epicúreos (en algunos aspectos y momentos se me mezclan ambas maneras de entender la vida), pero a mí no me terminan de convencer porque ellos recurren constantemente a la renuncia para así estar en paz. Algo de ellos no me viene bien, intelectualmente son irreprochables, pero… no sé. Preferiría otra cosa. Claro, si no deseas, es más, si te conviertes en estatua de sal o de cera porque hayas extirpado o cauterizado las emociones, la felicidad está asegurada, al parecer, pero no la vida, porque estarás muerto. A ver, estoy simplificando, tan tonto no soy.
La clave de bóveda radica en armonizar emociones y razones, con buen tino, sensatamente, me parece.
No desespero a pesar del inventario aparentemente desolador que he hecho antes (ganaban las circunstancias negativas), porque Gustave Flaubert, me ha echado una mano: “Ser tonto, egoísta y con buena salud son las cualidades indispensables para ser feliz”. ¡¡¡Albricias, lo tengo todo!!!
La Fotografía: Por ejemplo, estos hombres árabes, jóvenes y fuertes, montándose todos en un Tiovivo, como niños alborozados, son una perfecta metáfora de la felicidad. Hombres felices, no me cabe duda, y a ese estadio inalcanzable no podré llegar nunca. Pero bueno, puedo ir conformándome con gestos y estados de ánimo más sencillos y asequibles, a mí medida.