24 DICIEMBRE 2023

© 2023 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2023
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-DIGITAL 1250
Fecha de diario
2023-12-24
Referencia
10197

LOS DÍAS 81
Jueves, catorce de Diciembre de 2023

Creo que por la mañana hice cosas de la logística de mi vida hiperrealista (no visceral, no soy Roberto Bolaño), como por ejemplo llevar el coche a la revisión anual (carísima la broma). En el final de mañana Naty me ayudó a una chapuza digital (router). Por la tarde, hasta las siete y cuarto, pues nada, cosas domésticas y del estudio, pero menores.
Y atención, después, hecho prodigioso en mi cotidianidad de un jueves cualquiera (nunca salgo en jueves): me adentré en territorio comanche, es decir, enemigo, en un local que se llama La Divergente, donde todo es alternativo: ecologista, feminista, progresista y muy, muy de izquierdas. Pero yo como si nada, templado el ánimo, mirada al frente, expresión tranquila e inexpresiva; y dado que, por mi modo de vestir, nadie podría vislumbrar que yo no era de su partida, me sentía fuera de peligro.
Y por qué fui a ese sitio un jueves (día que nunca salgo), de noche, con un ambiente frío, calles profusamente iluminadas y disuasorios adornos navideños. Pues porque en ese lugar, insisto, alternativo, tendría lugar una conferencia de un psicólogo-psicoanalista (resultó que era más de lo segundo que de lo primero, bajo la temática y título: “Por qué repetimos situaciones que nos generan sufrimiento”. Cuando recibí noticias de este evento y ese título, me dije: -vaya, parece que ese hombre (un tal Iglesias), ha pensado seriamente en mí, tanto como para exponerlo en una conferencia. No podía faltar.
Antes de que empezara, me dediqué a observar a los asistentes y hasta los conté, en torno a treinta, y dado que era también bar, además de sala de conciertos y conferencias, todos nos dispusimos a beber y comer algo. Yo me acomodé en un taburete en la barra, dado mi condición de solitario, porque los que acudieron de dos en dos, ocuparon toneles que hacían las veces de mesas altas. Una mujer en la cuarentena se acercó a la barra y preguntó si tenían algo de comer, la camarera la contestó que sí, que patatas fritas industriales de bolsa y ya está- la mujer y yo nos miramos y sonreímos con complicidad -están arreglados estos-, debimos pensar al unísono-. Claro, me fijé que en las vitrinas de sobrebarra donde se suelen exponer las croquetas, los torreznos y los pichos de tortilla, en los sitios normales, los divergentes tenían libros de ensayo y poesía de autores desconocidos. Menos mal que cerveza y vino se podía tomar, que te servían a palo seco, sin un poemario de entrante. A mí, ni siquiera unas poquitas patatas de bolsa, me pusieron (es muy irritante sentirse discriminado en un bar por el gesto indelicado de que no te sirvan unas patatas rancias, y a otros sí).
Y en esas estábamos, cuando llegó el conferenciante, un hombre joven de aspecto solvente e informado. Me dispuse a beber sus palabras ávidamente porque pensaba que desvelaría algunos de mis arcanos de mi sufriente y problemática personalidad, y además gratis.
En el primer minuto me di cuenta de que eso no sucedería. Para empezar el estilo de conferenciante era lento, pesado, esquemático, enunciativo y de una seriedad plomiza. Empleó media hora en enumerar ejemplos de casos de naturaleza recurrente, es decir, los que tropiezan obsesivamente en la misma piedra y de la misma forma; o dicho de otro modo, los que viven su vida en bucle catastrófico. Por poner uno de los ejemplos que trajo a colación: -los que insisten en el mismo tipo de personas de las que se enamoran, a pesar de que no les sale bien nunca, pero no pueden evitar tropezar del mismo modo- y claro sufren una y otra vez, y así siempre. Claro, al séptimo ejemplo repetido, pero con diferentes perfiles, la cosa comenzó a ponerse redundante, dado, además, el tono monocorde del muchacho.
Pero, entonces, como si se hubiera dado cuenta de que el tema necesitaba más enjundia filosófica, a pesar de que los oyentes parecíamos unos pelagatos, recurrió a Freud para explicar que todas las gilipolleces que hacemos en la vida, tienen su origen en el subconsciente: o dicho de otro modo, según él, el subconsciente venía a ser como un terreno poroso que absorbe influencias, consejos, palabras, experiencias, casi todo inadvertidamente, y todo ese material de aluvión, podría considerarse el sustrato que constituye, también disimuladamente, nuestra manera de estar en el mundo. Y, atención, para ajustar y reordenar las desviaciones o mutaciones enfermizas de la experiencia vivencial (hay peligros por doquier), ahí está el psicoanálisis para arreglar desperfectos y racionalizar nuestro caos a partir de las iluminaciones que proporciona el psicoanálisis; y él mismo, como profesional especialista y ángel tutelar (bueno, eso no lo dijo, pero se daba por sabido). Ni siquiera, dado que Freud estaba sobre la mesa, mencionó la importancia de la represión libidinal en las terapias psicoanalíticas. A Lacán, que pueda recordar, ni lo mencionó.
Cuarenta minutos después se abrió el consabido turno de preguntas, dos o tres personas plantearon algo (no me acuerdo qué, tampoco la respuesta del lento y ortodoxo psicoanalista); hasta yo intervine (no me acuerdo con qué pregunta o punto de vista y tampoco la respuesta que dio el maestro). Seguramente fue irrelevante, porque ya lo he olvidado todo. A las nueve salí del espacio alternativo, con la misma desorientación con la que había entrado, y me dirigí a mi casa.
La Fotografía: Explorando territorios ignotos y procelosos, tanto por el contenido como por el continente. El haber ido a presenciar esta conferencia me ha recordado que tengo pendiente de leer un ensayo de Michel Onfray, titulado Freud, pero si no recuerdo mal, orientado a la refutación de las tesis freudianas.
“He pasado cerca de veinte años tendido en divanes sin resultados notables”. Emmanuel Carrere

Pepe Fuentes ·