LOS DÍAS 1 y 3
Frío en el frío: cuentecito navideño con final feliz…
Lunes, uno de enero de 2024
… Luego llamé a otro amigo más, este vive muy cerca de mí y es al que más veo; también hablamos de temas diversos. Y de menús navideños.
Me faltó uno de los íntimos, ya que estaba muy ocupado con el menú de la cena de fin de año que sería muy grande (más de veinte, cuñados y sus familias, creo). En estos casos los cuñados sirven para hacer bulto y rellenar fiestas sin contenido real, y de paso fastidiar todo lo que pueden, aunque en el caso de mi amigo, al parecer, los suyos son buenos cuñados.
Obviamente, de los menús navideños hablaron ellos, que disfrutarían con una increíble diversidad de platos de los que me describieron maravillas; mientras yo permanecí callado porque yo de eso, ya no.
Lo que cenaré y comeré será tan solo la dieta que me permite seguir vivo, pero sin gozar. Lo más chungo de todo, de verdad, exceptuando enfermar, es haber perdido el placer de comer rico. Para mí solo no cocino ni creativa ni cuidadosamente ni nada; no, lo hago de cualquier manera y en restaurantes no piso, salvo cuando salgo de viaje y como tengo poco dinero solo me alimento de menús económicos. Yo ya no como, solo me alimento. Menuda mierdecita es todo este asunto de los displaceres en la edad tardía. No, de verdad, y en eso coincidíamos plenamente mi segundo amigo con el que hablé: puestos a lamentar pérdidas, por ejemplo entre vida sexual corriente y vida gastronómica estimable; sin duda, sobre todo ahora, mucho peor prescindir de la gastronómica. Puestos a elegir “pecados”, mejor la gula que la lujuria.
Por la tarde, llamé a mi prima, y con eso cerré el círculo de personas cercanas, independientemente de que más tarde hable con mi familia de Chicago. Comentamos con bastante risa de por medio, cómo es nuestra vida ahora, tan aparentemente triste, pero no tanto. También de menús navideños y menos mal porque en ella encontré un alma gemela: ambos comemos desastrosamente y sobre todo en Navidad: mi plato estrella serían judías verdes con aceite y vinagre y huevo duro picado y el suyo tortilla, repartidos ambos escuetos menús en dosis diarias. Menudo plan gastronómico el suyo y el mío. Así pasa, que hasta perdemos color y nos desenfocamos un poco en las distancias cortas.
La calamitosa relación con la comida debe ser muy frecuente entre personas solas; por la mañana me encontré con mi vecina y su perrito, paseamos juntos y charlamos (nuestros respectivos perritos se llevan bien), y en la conversación ella llegó a decir sin pudor: -yo cenaré lo mismo que todas las noches-. Contesté, también sin orgullo: -yo también- No sé por qué nos sucede eso, será porque no nos queremos lo suficiente, o porque si no nos sentimos queridos (en plan pareja y eso, con cuñados incluidos, que deben ser la clave de algo), también nosotros decidimos no querernos. Si no nos quieren es porque no lo merecemos, sentimos, y como castigo nos imponemos comer pobre y aburrido, sin celebración ni placer. Una intolerable falta de respeto y amor a nosotros mismos.
De la ronda de llamadas del día, absolutamente extraordinaria en mi vida habitual, en la que participamos siete personas, tres estaríamos solas para recibir el año. Dos tomarían las famosas uvas, yo no, a mí me preocupaba que el año nuevo me pillara despierto y atragantándome de uvas, así que Mi Charlie y yo, sin pijama ninguno de los dos, lo recibiremos dormidos.
La Fotografía: Otra invernal como la de ayer, también de hace unos pocos días, aunque con figuras, por el camino que transito casi a diario. Las fotografié porque algo me dijo que la imagen era especial, parecía que avanzaban juntos, pero no era así, cada uno iba inmerso en su propio mundo; tuve la certeza de que eran dos solitarios que habían coincidido en el itinerario casualmente, aunque se conocieran hacía tiempo. A ella la conozco de vista desde hace muchos años, nos hemos cruzado en nuestros esforzados paseos (más lo suyos, que son como deportivos, con bastones y todo) incontables veces y siempre me ha llamado la atención que, al cruzarnos sin saludarnos me mira como si yo fuera un aparecido, un endemoniado, o un extraterrestre. Esa mujer me da un poco de miedo, o seguramente soy yo el que se lo da a ella.