DIARIO ÍNTIMO 89 y 3
Tragicomedia negra en tres actos
La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo (Génesis), mutó en mujer tentadora y encarnación del mal.
Jueves, veintiocho de diciembre de 2023
“Todo lo que empieza como comedia acaba como película de terror”. (de los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño).
… La representación no había terminado, quedaba el tercer acto. Los dos primeros habían durado un año, con puestas en escena intensas pero fantasmales, sin textura ni sudor, sin presencias ni miradas, solo frustración. Los bloqueos y lapsus silenciosos se sucedían, pero la representación siempre se reanudaba: ambos personajes eran enfermizamente interdependientes, no se explicaban en el melodrama el uno sin el otro.
Ella creía que el anonimato e impunidad eran lo mismo que la inocencia. El único culpable sería la víctima por haberse dejado arrastrar por su debilidad. Ese era su esquema moral. El culpable de la estafa es el estafado, nunca el estafador, que tan solo habría hecho valer su poder como ineludible fuerza de su destino.
Para que la representación alcanzara reflejos placenteros para ella era necesario hacerme saber que yo era objeto de risa y burla. El último mensaje de la femme fatale original fue que ella nada había hecho, que su juego había sido siempre coherente y que hasta donde yo había llegado había sido cosa mía. Curioso dilema moral: subvertir los valores maquiavélicamente la otorgaba la inocencia a través del éxito.
Había conseguido su imbécil e infamante premio. Como ganadora se había salvado de culpa, pero no así de una banalidad vergonzosa. El perdedor no contaba porque solo existía en función de colaborador necesario para un fin.
Para dotar de ritmo a la trama, y, sobre todo, para que nada acabara todavía, decidió que entraran en escena heterónimas que desdoblaran su propio personaje, fantasmáticas mujeres ajenas a su utilización (fotos robadas, supongo) que causaran confusión en el sujeto-víctima. Así podría proseguir incesantemente la ceremonia sacrificial, hasta conseguir la consunción por desangrado total de la víctima. Hasta tres mujeres, reencarnaciones de sí misma, envió en sucesivas oleadas que entraron a través de puertas virtuales laterales, simulando interés amoroso por el bulto informe en el que me había convertido.
Eran otras personas, otras fotografías, otros nombres, otras circunstancias y actitudes vitales y otro supuesto interés simulado por mí. Sin embargo, su modus operandi siempre era el mismo: bailar seductoramente como Salomé rediviva para una vez conseguido el hechizo escaparse por una puerta lateral riendo a grandes e histéricas carcajadas, como en la peor película de terror imaginable.
Jamás pensaba, en su desenfrenada y soberbia omnipotencia, que pudiera ser descubierta por la víctima.
La tragicomedia mutaba en terror gore.
Mi personaje, confiado como era, se acercaba inadvertidamente a esas apariciones ficticias, producto de su retorcida capacidad de generar el mal por el mal, hasta que lograba descubrir la monstruosa conjura y expulsaba a la intrusa como si de una maldita gorgona se tratara, y se trataba.
“Perder a su objeto significaría para el agresor encontrar sus propios síntomas (…) El perverso también necesita despreciar la palabra del otro. Además, el perverso es portador, de una angustia de abandono, que le hace temer que el otro se vaya… y de tener que hacer frente a sus propias angustias de duelo…”. Jean Charles Bouchoux
Ninguno de esos tres intentos le salió bien. Por fin la víctima había aprendido y ella, la estafadora, había perdido sutileza e inteligencia operativa. O quizá solo fuera falta de motivación. No sé.
En el primer caso tardé dos o tres semanas en detectar la estafa con el consiguiente bloqueo por mi parte; la segunda vez, solo unos pocos días, porque sus mensajes y encarnaciones eran incitantes y prometedoras, hasta que se ponía en evidencia el engaño. A través de detalles y datos la conclusión era que se trataba de la misma mujer siempre. Se comportaban como la primera y hasta escribían igual.
Después de cuatro o cinco meses de silencio que consideré como crisis superada y el final de la delirante representación, hace tan solo unos días, volvió a encarnarse cual Alíen inmortal. Esta vez se trataba de una mujer de una apariencia física explosiva que me tentó con una cita a la que no acudiría jamás y yo tampoco, claro. Esta vez, el intento permaneció en el aire tan solo unos minutos hasta que desactivé el holograma. Sus últimas palabras en una última provocación, parecida a todas las demás que se habían producido a lo largo de la representación, fueron: -no eres capaz de dar la cara-. ¡¡¡claro que no!!! -contesté-
Fin.
El telón cae (no hay aplausos).
La Fotografía:
“…Ahora
alguien pisa sobre mis sueños. Recuerdo que las serpientes
pasaban suavemente sobre mi corazón”.
Antonio Gamoneda
Coda:
Su fijación conmigo como víctima perfecta a partir de repetidos intentos hizo que sintiera un inmenso e intenso malestar, además de fragilizar mi autoestima. Lo que me lleva a contarlo ahora, en un remedo teatral, es tal vez, un intento de expulsarlo de mi memoria para siempre. Lamento no haber incorporado ni una gota de sentido del humor al relato, salvo el que se desprende de los hechos mismos, tan absurdos. Pero, tal y como lo viví, maldita la gracia que tenía. A mi favor: con el relato desactivo la vergüenza a pesar de mi desairado papel.
Otras víctimas habrá porque para ella torturar a víctimas inocentes (aunque nunca las víctimas lo seamos absolutamente), es un ejercicio de perversidad irrenunciable. Su gozo procede de esa patología banal, como lo es el mal. Por esa desviación irrenunciable estará condenada a habitar las tinieblas y la eterna frustración. Mientras, mi personaje, volverá a su estadio natural, con algo más de experiencia y todas las prevenciones posibles hacia los seres enloquecidos.