12 ENERO 2024

© 2023 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2023
Localizacion
Valladolid (España)
Soporte de imagen
-DIGITAL 12.800
Fecha de diario
2024-01-12
Referencia
9308

LOS DÍAS 7
El urólogo o el cordial y natural tratamiento de -tú-

Martes, nueve de enero de 2024

Hoy me he despertado a las cuatro de la madrugada y ya no me he vuelto a dormir. Me arrojé imprudentemente de la cama a las cinco. Debe ser la presión de no tener nada qué hacer que me tiene estresado.
Ayer, por la tarde, ¡qué buen rollo con el urólogo! Fue genial. Me encontré con un hombre maduro, casi tanto como yo, que me recibió con un natural “tú” (detesto a toda aquella persona que me llama de Usted), que lo primero que me dijo fue que hacía nueve años que no iba por la consulta. Me preguntó que me pasaba y le contesté que lo típico de la edad: -todo se dilata, todo se ensancha, todo se afea-. No entré en más detalles, no hacía falta. Se hizo cargo de la situación sin preguntas innecesarias. Por fin me encontraba con alguien inteligente en bastante tiempo. Me reconoció, pero de buen rollo. Me dijo que todo lo veía más o menos normal, incluso los riñones, también. Me prescribió unas pastillas, de esas que son para siempre y un análisis de sangre y orina, para asegurarse. Me pareció bien. Salí tan contento.
Volviendo a lo del tú y el usted: el petimetre que nada más verte y sin conocerte de nada antepone el usted como barrera (lo del respeto no me lo creo, no es necesario, se da por sabido), te está diciendo: tú en tu sitio y yo en el mío, no oses traspasar la barrera de mi espacio de seguridad. Entre nosotros no puede haber cordialidad, solo envaramiento y distancia; por lo que sea, por lo que a él le pete, y en la mayoría de los casos esa actitud suele ser por incultura (lo más frecuente), por inseguridad, o por imbecilidad subida de tono; pero nunca por una pretendida educación que, naturalmente, no tienen. La máxima expresión de educación es crear una atmósfera de empatía y simpatía con el interlocutor. Ahora que, conmigo lo llevan claro, no trato de usted ni a Dios. El desprecio puedo expresarlo también desde el tú.
Ahora recuerdo cuando trabajé de recadero de una oficina con quince años: había un empleado en la cuarentena que me trataba de usted, lo que me dejaba perplejo por lo incomprensible de la situación (yo a él también, claro). Con el paso del tiempo entendí que, además de Monforte de Lemos y extremadamente considerado, ese individuo era bastante tímido y extraño (se le podría calificar como el buen oficinista, que lo era). Distinto, diría.
También era poeta: admiraba a Dionisio Ridruejo y me recitaba sus sonetos y los suyos propios de memoria. No sé si pensaba que yo era un oído cualificado, que no, que no lo era: o simplemente que como poeta se sentía muy solo. Necesitaba sentirse rapsoda y el interlocutor le daba igual. Mi opinión no la precisaba (y menos mal, porque no la tenía), tan solo quería unos ojos que le miraran y denotaran atención, con eso le bastaba.
Las personas sensibles nos reconocemos a pesar de las diferencias de edad, saber y gobierno. Tengo muy buen recuerdo de aquel hombre, a pesar de que estrambóticamente me llamara de Usted.
A media tarde, después del buen urólogo, perdí el respeto a la realidad que me aqueja a todas horas y me dediqué a hablar por teléfono con todo el mundo (el mío, claro), a saber, con Naty: asuntos diversos y de Nuestro Charlie; con Ángel, mi amigo: asuntos diversos y del próximo partido de fútbol del Madrid que compartiríamos; con Luis, mi amigo: de urólogos, de psicoanalistas lacanianos y de Antonio Muñoz Molina y su última novela, que nos había gustado a los dos. El tono intelectual de la última llamada subió exponencialmente y me dejó agotado y no por mi amigo, sino porque no estoy acostumbrado, a pesar de que últimamente casi convivo con José Antonio Marina y sus reflexiones sobre los sentimientos.
Ahora, a las seis y trece de la madrugada, dejo ya esta entrada. Tengo dieciséis horas o más por delante para no hacer nada y no encontrar a la novia motera que busco incesantemente. Ya veré como gestiono el ostracismo y contengo a la depresión, siempre al acecho.
La Fotografía: El judío Leví, de Alonso Berruguete (Museo Nacional de Escultura, Valladolid). Me gustó mucho esta escultura y la fotografié, claro. Este prodigioso escultor renacentista (s XV y XVI), vivió al final de su vida en Toledo, donde murió, con 71 años. Aquí realizó la sillería del coro de la Catedral y la magnificente sepultura del Cardenal Tavera, inacabada. La conexión entre la entrada y la foto de hoy (no se me ocurre otra mejor): Toledo, Berruguete y yo mismo, que también moriré en Toledo, supongo.

Pepe Fuentes ·