DIARIO DE ENVEJECIMIENTO LV
Reflexiones sobre la supervivencia con y sin causa (1)
Martes, veintitrés de enero de dos mil veinticuatro
Hace casi cinco meses que no entro en este inquietante y a veces sombrío capítulo. No, no es que mi envejecimiento se haya detenido, simplemente es que me he ocupado de otras cosas. Envejecer nunca corre prisa.
Si no piensas en ello parece que no sucede, pero sí, incesantemente, además, pero por ser un hecho predecible carece de interés.
Sí, y sé que como tema resulta tan tedioso como tomar el sol invernal en un banco hasta la hora de comer, y después también, hasta la merienda. Sin embargo, desde el punto de vista existencial, artístico y hasta filosófico es interesante porque es una mutación dramática.
Además los viejos estamos más allá de todo y de todos. Somos otra especie de seres vivientes y sintientes. Mutantes: éramos una cosa y ahora somos otra.
En este largo tiempo desde la última entrada, mi calidad de vida no ha empeorado: envejezco sin pausa ni tropiezos, y a veces como si no pasara nada. Y, entonces es cuando río estruendosamente.
Mi plan de futuro: no hacer nada que esté fuera de lugar, edad y condición. Vivir discretamente y no incurrir en tonterías que puedan causarme vergüenza; o dicho de otro modo: vivir en paz conmigo mismo (técnica zen o algo parecido).
La dificultad principal radica en que hay que renunciar a demasiadas cosas en un intervalo de tiempo muy corto, al menos yo lo estoy experimentando así y no es fácil templar los nervios en el trance. Es posible.
Por poner un ejemplo evidente en el que yo he caído, tontamente: no pretender tener experiencias amorosas, sencillamente porque ya no es el momento ni lo será en adelante (a mi peluquera no pienso declararme). Las sexuales pueden ser posibles un rato más, pero sin énfasis y con disimulo, como engañándote a ti mismo.
Tampoco perseguir cualquier tipo de éxito social, por ejemplo, pero eso, afortunadamente, lo he soslayado fácilmente desde hace muchos años (para mí, el mundo y sus gentes son una realidad paralela, no coincidente con la mía).
Poco a poco voy entendiendo que es un hecho biológico irreversible que solo empeora; pero eso no es penoso si te pilla trabajando y yo lo hago diaria e intensamente, además.
Aprender que el aislamiento, tan propio de la vejez, es un hecho natural y no tiene porqué ser traumático, a no ser que seas imbécil. Es más, apoyado en gratificantes rutinas, hasta se puede gozar de los mejores y oportunos placeres.
No, no todo está permitido en aras de un impostado vitalismo vigoréxico ya fuera de tono, que conduce, inexorablemente, al ridículo patetismo.
No entra en mis planes regodearme en un derrotismo histérico; no me compraré un bastón sin necesitarlo y tampoco representaré el papel universalmente aceptado de viejo, tan innecesario.
No, tan solo avanzaré con naturalidad aceptándome y ocupando los escenarios propios del momento en el que vivo, pensando que me apagaré, si no queda otra, en plena juventud de espíritu. Mejor así, sin duda, y sin dar un solo argumento a los miserables, siempre acechando rencorosamente.
Nada se puede hacer al respecto, salvo seguir buscando la satisfacción en la conformidad y la lucidez. Y comiendo bien, bebiendo mejor, orgasmando convulsa y ruidosamente y durmiendo arrullado por felices sueños.
Releo lo escrito y no salgo de mi asombro: parezco otro.
Tan sencillo como que ahora que todo es tan exigente, tan rápido y lento a la vez, debo estar especialmente atento a no perder, en ningún caso, los principios tranquilos de la Suma Elegancia, patrimonio natural de la madurez y la experiencia; o dicho de otro modo: La Sobria Distinción (viene a ser lo mismo, pero con otras palabras), inasequible para la gente menuda.
Como introducción a unas pocas entradas en este capítulo, tan abandonado últimamente, ya está bien. Mañana más…
La Fotografía: Caracterización de un ser, ni joven ni viejo, aséptico, atemporal, metálico y neutro, que pretende razonar e interiorizar equilibradamente la crisis devenida por haber cumplido años sin darse cuenta siquiera.