DIARIO DE ENVEJECIMIENTO LVI
Reflexiones sobre la supervivencia con y sin causa (2)
Miércoles, veinticuatro de enero de dos mil veinticuatro
… Últimamente estoy leyendo a José Antonio Marina (grandísimo divulgador, aunque de estilo difuso y a veces irritante, y, por cierto, toledano); ahora, concreta y paradójicamente: El deseo interminable, en el que incorpora reflexiones y citas de autores que son más que pertinentes al hecho de envejecer, me parece.
Obviamente, el tema del ensayo de Marina no es la vejez, pero vienen a cuento algunos aspectos, como el de la sociabilidad, que en la edad tardía, si no vienen arrastrados en el tiempo son difíciles por no decir imposibles. Eso me pasa a mí.
“El hombre tiene una tendencia a socializarse, porque en tal estado siente más su condición de hombre al experimentar el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una fuerte inclinación a individualizarse (aislarse), porque encuentra simultáneamente en sí mismo la insociable cualidad de doblegar todo a su mero capricho y, como se sabe propenso a oponerse a los demás, espera hallar esa misma resistencia por doquier…”. I. Kant
Eso, en la vejez, mucho más (lo del aislamiento).
La cita de Kant habla por sí sola. Los mamíferos somos emocionales y en consecuencia, sociales. Es un duro sacrificio renunciar a la sociabilidad porque es antinatura.
Hasta que llegamos a la vejez y entonces esa posibilidad se reduce a la nada, o al menos es como lo estoy viviendo yo. La vejez es el momento de experimentar la individualidad total y absoluta, primero porque es el tiempo y circunstancia natural (ya no hay tiempo que perder), y segundo porque no tienes otra alternativa.
A nadie le interesan los viejos, salvo a otros viejos, en el mejor de los casos. Los viejos no son interesantes porque no son depositarios de atractivo alguno, y por no tener, ni de futuro disponen.
El mayor motivante que existe en las relaciones humanas, el deseo de otros, en la vejez desaparece. Yo no deseo a viejas y ellas no me desean a mí. En consecuencia no nos necesitamos por lo que, en aras de una cierta dignidad y entereza, mejor vivir de espaldas unos y otras.
Para mí, los hombres no cuentan en este litigio.
Sí, alguien me podría hablar de la familia como sustento de las vidas viejas, pero eso, salvo que esas personas hayan envejecido contigo (el asunto matrimonial), es imposible a no ser que renuncies a la Gran Dignidad y te conviertas en un penoso demandante de compañía. Esa derrota, de viejos ya, nunca, mejor morir.
Ser abuelo y eso y nada más que eso, es un gesto vivencialmente insuficiente y también antinatura. Tienes que mutar en niño y eso no tiene sentido.
La afectividad y el contacto con la piel y la sangre de otro ser vivo, la percepción de un corazón que lata y proyecte su vida cerca de ti, tan necesaria para no morir de inanición afectiva, ya solo con los animales para los que carece de importancia la convención de la edad (como Mi Charlie, que duerme conmigo en la misma cama, lo que no haría una mujer, por ejemplo).
Además, él ha aprendido a dormir como si fuera una persona junto a otra persona (bien conmigo, o bien con Naty).
La Fotografía: Caracterización del hombre que me gustaría ser ahora. Impenetrable e invencible. Inasequible a cualquier debilidad o flaqueza o deseo. Mejor morir Inmortal.