DIARIO DE ENVEJECIMIENTO LVIII
Reflexiones sobre la supervivencia con y sin causa (y 4)
Viernes, veintiséis de enero de dos mil veinticuatro
… Ayer prometí mi presencia con este tema aquí, pensando que me quedaba mucho por decir, pero no, cuando me he sentado frente a la pantalla no se me ocurría nada de nada.
Tengo un amigo, el penúltimo, sexagenario ya, que dice que le trabaja sanguinaria y cruelmente el pasado. Ha hecho presa en él y no lo suelta. Es una garrapata que le chupa la sangre a todas horas y le tiene exhausto, sin energías para nada. Creo que es una horrorosa y frecuente desgracia. Dice Norberto Bobbio, en De senectute y otros escritos biográficos (1996), con 87 años:
“Mientras que el mundo futuro está abierto a la imaginación, y ya no te pertenece, el mundo del pasado es aquel donde a través de la remembranza te refugias en ti mismo, retornas a ti mismo, reconstruyes tu identidad, que se ha ido formando y revelando en la ininterrumpida serie de todos los actos de la vida, concatenados entre sí, te juzgas, te absuelves, te condenas, y también puedes intentar, cuando el curso de la vida esté a punto de consumarse, trazar el balance final…”.
Al faltar el futuro porque ya no existe en tu radar vivencial, como dice Bobbio, puedes caer en una pertinaz y enfermiza nostalgia, engolfarte en un pasado, que tampoco existe ya y por supuesto y que a pesar de que lo idealices seguro que fue sensiblemente mejorable, por cierto. Si ese estéril ejercicio viene acompañado por una exigente autocrítica (suele haber sobradas razones para pensar que tu vida pasada podría haber sido mucho mejor y que perdiste la oportunidad de ser un superhéroe por simple impericia), tienes asegurada una fuente de sufrimiento que te acompaña en tus pasitos cortos e inseguros hasta el final.
A mí eso, por suerte no me pasa, no suelo pensar en el pasado, es más, si lo veo venir de frente por una calle, me doy la vuelta y doy un rodeo. Hace mucho que concluí que siempre fui un puto inútil y a partir de ahí cerré el caso. Nunca seré un plomizo narrador de engañosos e insoportables pasados que ya no interesan a nadie, y, además no lo seré por imposibilidad: lo que hice lo he olvidado, ya no me acuerdo de nada.
Entonces, sin pasado y sin futuro, qué hacer, amigo?
Nada que vaya más allá de los siguientes minutos y que no tenga que ver con el mero e inmediato placer. Sea el que sea, ya puedo permitirme todo.
Últimamente, y como siempre, me dedico a escribir oyendo música de fondo (que no escuchando, no doy para tanto), y algunas otras cosas que tienen que ver con la cultura (es lo que más me gusta), pero no desde una perspectiva exigente, sino lúdica y ya está. Y todo el día así, menos cuando paro para cocinar. Ah, y por la noche veo series de mucha acción y adrenalina donde ganan los buenos. Y, además, admiro lo estupendas y deseables que suelen estar las mujeres que salen en ellas: siempre elijo a alguna de la que enamorarme ciegamente, cuanto más me gusta la joven (todas lo son) que toca, más me gusta la serie ¡¡¡pura idealización de enamorado!!! Los guionistas no suelen defraudarme.
Infantilizado tal vez, pero qué más da. Esta actividad es un respiro y concesión a la sana frivolidad. Es la quintaesencia de la impotencia asumida, lúcida y sonriente, bordeando el sarcasmo.
Y en el plano espiritual, o mejor psicológico, o mejor social, o mejor yo que sé; crearme una especie de capsula o escafandra o cabina despresurizada que me permita pasar por la vida y que me sitúe en una especie de limbo feliz. En eso trabajo ahora: abolir y limpiar cualquier resto de deseos que tenía antes y que ahora ya tan solo se parecen fielmente a la imposibilidad absoluta. ¡¡¡Viva la senectute!!! Al estilo Ciceroniano, aunque lo malo es que a él lo asesinaron.
La Fotografía: Caracterización marciana (que no es ni vieja ni joven, solo marciana) a la que llegaré después de un tiempo viviendo en perfecto y virtuoso aislamiento.