LOS MICROVIAJES
Hoy me voy a Madrid, al teatro, luego ya veré (1)…
Sábado, veinte de enero de 2024
Sí, porque hace tiempo que no salgo, planeé un viaje a Madrid para hoy, sábado.
Sí, para hacer algo que parezca que tenga sentido y justifique la necesidad de quebrantar por un rato mi retiro espiritual, dedicado a la oración, a lecturas piadosas y a la más estricta abstinencia de gozos y placeres.
Sí, porque a pesar de ser un mamífero de cuatro extremidades y ser emocionalmente activo, no tengo vida social. Según dicen los entendidos en la vida y en el equilibrio psicosomático, tener vida social es imprescindible, o como mínimo conveniente. No siento ninguna culpa por eso. En todo caso sería una culpa compartida ya que en la vida social existen dos partes: ellos y yo. Y, de mí no depende, así que la culpa será de ellos.
El caso es que me fui a Madrid, donde hay mucha gente por doquier para al menos sentirme entre ellos. Yo cumplo con mi parte.
Salí de mi casa a las cinco de la tarde, hora taurina y eso tenía sentido porque me sentía como un extemporáneo y heroico matador que se encerraría con seis morlacos sañudos. Me dispuse a la lidia peligrosa porque de vez en cuando necesito cambiar el paso a tanta ascética virtud; reavivar la presencia de ánimo y el cansancio que a veces me provoca el recogimiento, la meditación y la indesmayable espiritualidad.
Sí, por eso puse mi coche en marcha, sin ganas y con ganas y todo al mismo tiempo; para que la vida no se me haga demasiado empinada y me vea afectado por el mal de altura.
La primera etapa: Teatro.
Llegué a tiempo con poco margen, dado que la Avenida de la Chopera, donde se encuentran las Naves del Matadero, es una dirección que mi navegador tiene vetada, censurada, nunca me lleva allí, lo hace a la Puerta de Toledo y no sé por qué. Tuve que engañarle poniendo una dirección cercana, y entonces sí, me llevó ingenua y sumisamente. No entiendo eso. Llevaré el coche al taller para que me lo expliquen y lo arreglen.
Sí, iba con ganas porque pensaba que la obra me gustaría, incluso mucho, porque se trataba de la representación de un laberinto existencial de tres personajes perdidos (a priori, como yo) titulada: Nuestros actos ocultos, de un autor y director argentino (actúa en las dos vertientes e incluso como actor a veces, pero no en esa obra) llamado Lautaro Perotti (no había visto nada suyo), e interpretada por Carmen Machi (genial, como siempre), Macarena García y Santi Marín, a los que no conocía y que lo hicieron bien, aunque no tanto como Machi; la diferencia estribaba en que la Machi ya arrastra muchas batallas sobre sus espaldas (supongo que bastantes perdidas, es ley de vida), y los otros eran dos chicos jóvenes que todavía están lejos de la sabiduría, pero cerca de sus prometedor porvenir. Lautaro, se encuentra en el terreno intermedio.
Mientras vi la obra, no me sentí especialmente involucrado y menos encantado por la sencilla razón de que a partir de una situación crítica en la vida de los tres personajes, de la misma familia, que se agitan en incomprensiones, silencios, distancias, decepcionantes deseos incumplidos, desolador escepticismo y resignada amargura; me parecía que era lo de siempre, pero sin apenas sentido del humor, diálogos poco ocurrentes (a veces sí, sobre todo las cosas que decía Machi) y situaciones dramáticas poco creíbles y hasta previsibles.
Aquí, además de los nada molestos y constantes saltos en el tiempo: de atrás adelante y viceversa (que te anunciaban con rótulos de luz en el suelo); había un cochambroso coche (Seat Marbella azul, roto), que iba y venía en el escenario, empujado por los personajes. Eso estuvo realmente bien. Simbología interesante, claro que sí.
La obra terminó y con ella mi decepción. No fue así para el público en general que les dedicó una cerrada e interminable ovación. Pues, muy bien, mejor así. Esa es una de las explicaciones de que yo no tenga vida social: ni me interesa ni me siento cercano el gusto de la gente en general.
Sí, lo más curioso del todo es que ha sido hoy, domingo por la mañana cuando he empezado a sentir una mayor sintonía con la obra. Es ahora, momento en el que escribo, cuando comienzo a sospechar que el cuento me gustó más de lo que quise reconocer ayer. A ver si va a ser que yo tardo en torno a quince horas más que los demás en entender en su justa medida las cosas. No sé…
La Fotografía: Instantes antes de comenzar la obra. El coche azul y roto en el escenario. La escenografía estaba bien (hasta ruedas había en el suelo, a la luz de una triste farola). Mensaje del atrezo: marginalidad, derrota y sombrías situaciones existenciales. En eso la puesta en escena no engañaba y acariciaba la brillantez; salvo porque también había dos especies de cabinas a cada uno de los lados del escenario que simulaban los espacios domésticos y cotidianos de los personajes. Esa idea, teatralmente era confusa y poco afortunada.