DIARIO DE LA NADA 2
“Esa es la infancia: la edad de los hallazgos perdurables. Por eso la infancia es para siempre”. Luis Landero
Viernes, dos de febrero de dos mil veinticuatro
La cita, de Luis Landero, encontrada en El huerto de Emerson. La traigo hoy por dos razones: estoy leyendo el último libro de este autor: La última función, de la que seguro que obtendré destellos sabios, porque este autor lo es; y porque hoy, sin pretenderlo, la entrada va de mi infancia y su pervivencia en mí.
Ahora, que he llegado tan lejos en el tiempo y tan hondo en la nada (no, no soy pájaro, soy topo), es el momento de indagar, despreocupadamente (ya todo es lo mismo), en todo lo que no ha podido ser. No tengo prisa en esa tarea. Nadie me espera al final.
Lo que sí sé es que todo ha resultado como dice Landero, perdurable desde entonces…
No sé lo que me está pasando ahora. Llevo unos días que no se me ocurre nada que contar en el diario. Estoy seco porque nada me pasa, nada pienso, nada siento. Soy pura madera de enebro, el árbol de mi infancia. También lo fueron las encinas.
La Fotografía: Un enebro, que vive (espero que siga ahí, desafiante y más vivo que nunca), a tan solo unos cientos de metros donde viví los primeros nueve años de mi vida. Muchos años después lo visité y fotografié (2011), y como homenaje a él y a mí mismo, lo revestí de oro y hoy lo traigo aquí. No sé porque hoy y no en cualquier otro momento a lo largo de los bastantes años desde mi visita. No, no lo sé. Supongo que no será por alguna conjunción especial de planetas que vayan a marcar que yo muera mañana. No, no creo en esos cuentos, pero me merecen respeto y una inquietante sospecha. O tal vez sea un deseo: preferiría que existieran los prodigios insondables, los hados protectores por los que los buenos obtuviéramos dones y dichas en vida. Sin tener que hacer nada, tan solo por el hecho de haber sido portadores de nuestras miríficas almas. Es más, si me viera obligado a creer en algo, bajo tortura, sería en eso, en algunas predestinaciones fuera del control racional. Pura magia, sí; prefiero creer en los prodigios que en cualquier otra cosa. Sobre todo, si el motivo que sirve de pretexto, es un enebro, tan esplendoroso y maravillosamente fotografiado por mí y después, la materialización en copia hecha pieza de orfebrería aurea. Esta valiosísima copia está sobre mi cabeza cuando me siento en mi sala de estar, que no necesariamente de ser.