LOS MICROVIAJES
A Madrid: Arco y Teatro (7).
Lunes, once de marzo de dos mil veinticuatro
… Creo que lo sensato es que traiga al diario alguna obra que por lo que sea me llamara especialmente la atención. He consultado en algunos medios, en internet, y he sabido que las galerías eran doscientas cinco, además de todo tipo puestecitos de editoriales e institucionales. Eso supone que los artistas fueron miles y bastantes más el número de obras que llevaron. Los visitantes, en torno a cien mil. Frente a esa monstruosa exhibición, yo, solo, con poca idea de lo que allí sucedía y poco tiempo empleado para intentar entender algo. Menos mal que al menos tenía 40 € para poder entrar y que dejé de tener, claro.
Mi circunstancia orteguiana es que, en lo que se refiere al arte, soy un exoplaneta, fuera de las razonables coordenadas actuales. Lo que no sé es si potencialmente habitable o no.
Ahora ya es tarde para todo. Me conformo con ir ocupándome de las cosas que más o menos me interesan o me despiertan curiosidad, al menos eso, curiosidad.
El arte contemporáneo, como no suelo entenderlo (ese es el desafío, desentrañar lo incomprensible desde los sentidos), me llama la atención porque siempre pienso que detrás de un aparente alejamiento de la belleza deben esconderse profundas motivaciones de los artistas. Y razones, especialmente. Están construyendo un nuevo paradigma en relación con lo que siempre se ha considerado bello y artístico: desde el arte rupestre o antiguo hasta, diría, el romanticismo del siglo XIX o las vanguardias del XX. Todos esos valores han quedado lejos ya, me parece…
La Fotografía: Dice Álvaro Pombo en una novela que leo ahora, con un bello título (es lo que me ha impulsado a leerla, la belleza del título): Quédate con nosotros, señor, porque anochece: “Acuérdate, hermano, del texto latino: “Pulchrum est quod visumm placet”. Bello es lo que complace a la vista…”. Esta conversación la mantienen dos monjes de la orden de San Benito. Así ha sido siempre, la felicidad que entraba por la vista y los sentidos; pero a partir de mediados del siglo pasado los valores mutaron y entró en el juego la razón como fuente de placer y sabiduría estética (conceptualismo), y eso se supone que está bien. Es bueno que el género humano se reinvente. Esta obra, indubitablemente rupturista, aparentemente carece de cualquier valor que sugiera lo que tradicionalmente se ha entendido como belleza (ahora fuera de ámbito e interés), pero allí estaba y probablemente su valor crematístico sería alto. Por eso voy a Arco, para reinventarme e intentar entender algo antes de que todo acabe. Y para pasarlo bien, también para eso. Aunque, esta obra no me produjera placer al verla, si curiosidad, tanta como para fotografiarla y traerla aquí hoy. A lo mejor la clave de bóveda del arte está situada en el punto exacto donde vive la curiosidad humana.