LOS MICROVIAJES
A Madrid: Arco y Teatro (10).
Sábado, dieciséis de marzo de dos mil veinticuatro
… Seguí y seguí por pasillos verticales y horizontales, por los principales y también por los transversales; por doquier encontraba y no encontraba lo que buscaba. La verdad era de doble dirección, hacia el este y oeste, derecha o izquierda, una u otra. Excesiva carga de responsabilidad para mí, ahora que todo ha empezado a darme igual.
De pronto, me sentí cansado y no porque lo estuviera. Era el cansancio de sentirme ajeno a lo que me rodeaba. Todavía me quedaba tiempo (o no), del que me había reservado para la visita a la feria, y sí, yo estaba allí, buscando la emoción pero esta se me resistía. Había tanta distancia entre la representación y mi circunstancia vital o existencial (ahora no caigo en establecer los límites y sentido de una cosa y otra), que el agotamiento empezó a invadirme como una marea incontenible que ascendiera por mi cuerpo hasta ahogarme de desánimo e indiferencia. Llegó hasta la línea de flotación de mis ojos y todo empezó a nublarse.
“El artista moderno es un poeta melancólico y nos escribe novelas que, en palabras de Lukács, son “la epopeya de un mundo sin dioses” y, en palabras de Claudio Magris son “la historia de un individuo a la búsqueda de un sentido que ya no existe, la odisea de una decepción”. Gregorio Luri
La Fotografía: Solo podía salvarme en ese momento la mirada, mis ojos, que recorrían los espacios y las obras tristes colgadas, la mayoría mudas de puro herméticas, profundas por inexpresivas, enfermas de intrascendencia. Prescindibles. Solo, a veces, destellos que iluminaban un espacio porque proponían un diálogo, una dicotomía quimérica: este u oeste. Yo no sabría elegir la dirección; no, ahora ya no, luego, una vez fotografiada la luminosa propuesta continué avanzando entre las sombras que velaban mi mirada.