LOS MICROVIAJES
A Madrid: Arco y Teatro (11).
Sábado, dieciséis de marzo de dos mil veinticuatro
… Las cinco y cuarto de la tarde. Empecé a pensar en dar por finalizada mi incursión desfondada por la feria. Durante muchos años la visité con Naty; a veces, con algún amigo o amiga. Ninguna de esas personas está ya directamente presente en mi vida. Son sustancia del inexorable olvido. Ya no tengo ni tendré con quién ir a la feria y parar un rato, a mitad de la visita, a tomar algo y comentar la jugada.
En esta entrada no tengo mucho que decir, así que aprovecharé, dado que estoy en pleno ceremonial artístico, para hacer una proyección propia en ese contexto y de mi posición o contraste con este mundo de la creación.
En caso de que yo me considerara artista sería con rubor e incómoda presunción. No, no creo porque no cumplo con el condicionante básico: que alguien, aunque solo sea una persona, te defina como tal y no, eso no sucede. Además, no me siento como tal. O sí, pero en la misma medida de que todo el mundo lo es y no lo es. En realidad, al menos, soy un creador dado que ejerzo como tal al publicar cada día una entrada en este diario, que, sin mi terca voluntad, no existiría.
En el caso de que me autoproclamara artista (mucha gente lo hace sin serlo verdaderamente, porque al parecer es algo de libre elección), sería como Don Quijote, henchido de gloria caballeresca y me serviría como signo de identidad lo que afirma Will Gompertz: “La tarea del artista no era generar placer estético (eso es algo que podían hacer los diseñadores), sino apartarse del mundo e intentar generar sentido u observaciones mediante ideas que no tenían otra función más allá de su mera existencia”.
Esa es exactamente mi tarea. Ser formalmente artista o no, es lo de menos. Primero ser y luego lo demás.
La Fotografía: Este hombre, como yo, visitaba solo la feria; él con móvil, yo con cámara. Los recursos tecnológicos dan igual, lo importante es el espíritu (caballeresco, naturalmente).