LOS MICROVIAJES
A Madrid: Arco y Teatro (y 13).
Lunes, dieciocho de marzo de dos mil veinticuatro
…Llegué al Matadero con mucho tiempo de antelación (al menos una hora). Me di una vuelta por las instalaciones y tomé una cerveza. La función para la que tenía entrada se titulaba: El perro del teniente, de la que era autor Josep M. Benet i Jornet. No recordaba haber visto ninguna obra de este autor y tampoco leído nada de él. Es decir, mi mirada estaba limpia de ideas preconcebidas. Ni sospechas tenía. Ni siquiera lo de la catalanidad me servía como prejuicio. Además sentía la necesidad de que me gustara, mucho, incluso.
Cuatro eran los actores, a uno lo conocía (Roberto Enríquez) de otros trabajos, pero a los otros no. Dirigía: Pilar Valenciano, que tampoco conocía.
Y la obra comenzó: Se desarrollaba en un prostíbulo (que no lo parecía), con una madame interpretada por Beatriz Argüello, la decana del asunto; una prostituta que era un cielo de mujer, aparte de muy atractiva y joven, María Ramos; y un cliente inocente y buen chico movido por su memoria y su amor de juventud por la chica, Fernando Delgado-Hierro; y el perverso personaje, interpretado por Roberto Enríquez. Bien, ya lo teníamos todo, es decir: buenos y malos. Y nada, todo y nada, que es lo que a mí me pareció enseguida el intento.
Recurrían a un manejo previsible y maniqueo en los argumentos promocionales: «Cómo el poder utiliza la carne de la mujer. Es una pieza oscura que se mueve por sitio sórdidos», mezclando poder (siempre maligno); prostitución (siempre execrable); sordidez (ambientación necesaria y conveniente para crear tendencia de opinión). Obvio, previsible porque la intención de la obra recurre a todos los clichés morales para denunciar la prostitución y sus circunstancias sociales. Obra de combate, y, a partir de ahí, me desentendí porque me traen sin cuidado las guerras maniqueas. Afirmaciones que pretendían manipular la lectura del espectador: «en el que se compran cuerpos, donde se venden almas, donde miradas cómplices asisten impasibles al espectáculo de la transacción de placer a cambio de dinero». Pura bazofia moralista, y lo que es peor, mentirosa por definición.
Sí, ya sabemos que en el mundo de la prostitución existe una abominable explotación y que los proxenetas son los seres más repugnantes imaginables en el género humano, indudablemente; pero que también hay mujeres que han elegido esa profesión de la que viven en plena libertad, y lo que es más importante, que puede ser una elección haciendo uso de su inalienable libertad (he conocido a mujeres así, tan dignas y respetables como una funcionaria, o más); y no, el dinero no es un determinante moral (salvo cuando se trata de corrupción, tan actual ahora); simplemente es moneda de cambio para pagar un trabajo, nada más, también el de la prostitución.
Pero, no fue solo eso lo malo de la obra (la “moralina”), sino que la historia que se construye a partir de la memoria de los protagonistas, poco o nada tiene que ver con la prostitución en sí. O dicho de otro modo, la confusión estaba servida (dos mensajes por el precio de uno, como en las rebajas). Una vez más se utiliza la «moral social» como modo de adoctrinamiento partidista y manipulador.
Entonces, que me quedó para no salir de la función antes de tiempo: el trabajo actoral, mucho mejor el de los jóvenes que el de los de mediana edad. María Ramos, estuvo brillantísima, dotando a su papel de prostituta de una alegría, versatilidad y dinamismo hechizante. Intérprete contenta con su papel que lo borda, sobre todo, en el manejo de su cuerpo que transpira espontaneidad y alegría gestual. Me encantó.
Dice Oscar Wilde: “Un libro no es en modo alguno, moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo”. La intención de la obra es introducirnos en un mundo maniqueo; y lo que, desde mi punto de vista hace mala la obra: está mal concebida.
La representación fue muy aplaudida, yo apenas. Me la podía haber ahorrado.
Una hora después ya estaba cenando en mi casa, de la que no salí en esa noche.
La Fotografía: Los actores y el escenario, en plena celebración de su éxito. Se lo merecieron, no así el autor (ya fallecido).