23 MARZO 2024

© 2012 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2012
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-120 ILFORD SFX 200
Fecha de diario
2024-03-23
Referencia
5702

DIARIO ÍNTIMO 95
“…tranquilo, no es más que un sueño». Haruki Murakami
Martes, diecinueve de marzo de 2023

Hoy, de madrugada me he despertado en el centro mismo de un sueño: me encontraba en una habitación donde hombres y mujeres se tocaban, se acariciaban, hacían sexo, sí, eso me pareció que ocurría. Ninguna de esas mujeres se acercaba a mí, yo tampoco lo hacía, estaba acobardado. Me creía pasivo e invisible. Condenado al frío y al abandono físico. Por fin, una mujer se acercó y comenzó a tocarme. Mi cuerpo alentó, sentí como se calentaba y revivía, como la sangre circulaba y los fluidos vitales recorrían mi cuerpo. La experiencia fue breve, fugaz, las figuras que habitaban mi sueño, y con ellos la mujer que me confortaba, se desdibujaron, la escena se oscureció  y una niebla fría y desapacible lo invadió todo. Me desperté aliviado, aunque perplejo y profundamente desencantado; con los ojos abiertos, sin rastro de sueño, miré en torno mío en la oscuridad del dormitorio. A mi lado, Mi Charlie dormía con la respiración acompasada, tranquilo y sin sueños lúbricos. Seguro. Él, a pesar de su extirpada e instintiva naturaleza, también necesita ser tocado: se restriega contra mis piernas para que le acaricie o me lo pide dándome con la pata para que le pase la mano por el lomo y entonces se estremece de placer. Si fuera un gato ronronearía. Los mamíferos de sangre caliente somos sociales y precisamos del contacto y proximidad física de otros congéneres para mantener un cierto equilibrio psicosomático. Es nuestra irreductible naturaleza
¿Qué pasa cuando ese beneficio no sucede? Que lo sueñas en clave subconsciente, o conscientemente actúas: te narcotizas a base de rutinas maniáticas; o te medicas; o te haces drogodependiente de algo (no necesariamente); o asistes a un terapeuta a soltar tu triste y aburrido y lloroso rollo, que es imposible que él te arregle porque el mal está fuera de su alcance; o ingresas en un convento para convivir con otros seres humanos en el amor de Dios (que tampoco existe). En ese sentido, el otro día, leí en prensa que unas monjas de clausura que abandonaban su convento por imperativos  técnicos del edificio que habitaban, en una entrevista de prensa en la que lo contaban, la priora declaraba, tan contenta: ¡que nos quiten lo bailaó!  Cómo debieron pasárselo ellas con sus cosas, con las cosas de los conventos, que no sé cuáles son. Ahora estoy leyendo una novela de Álvaro Pombo, que se desarrolla en un convento trapense, pero no me aclara casi nada, salvo que los monjes cultivaban patatas y lechugas y rezan a deshora con viciosa perseverancia. Uno de ellos, como la horticultura no le alcanzaba, el silencio era más fuerte que él y Dios no se dignaba en comparecer, se ahorcó.
A pesar de que estoy procurando confundirme a golpe de digresiones; la pregunta sigue ahí, palpitando con la regularidad y persistencia de un metrónomo fatídico: ¿qué puedes hacer si necesitas imperiosamente sentir la presencia cercana de un ser humano, tocar y que te toquen y nadie, absolutamente nadie, está dispuesto a hacerlo voluntariamente? Sencillo, amigo mío, me contesto: pagar y solo pagar, no tienes otra; y lo que toques o te toquen lo acuerdas con quién contrates. En esa transacción no hay matices morales, a pesar de la maldita culpa y odio a la vida que te hayan inoculado los nefastos católicos, o judíos, o musulmanes o quién coño sea que quiera joder la razonable y humana supervivencia (los monoteístas no aman la vida, solo la regla). A la mierda con toda esa gentuza (lo dije ayer a propósito de la obra de teatro que vi hace unos días).
Corolario: a partir de un cierto momento de la vida, o pagas o te mueres sin el consuelo carnal. La autosatisfacción no siempre vale y en el cuentecito de hoy, tampoco.
La Fotografía: La calidez del espacio onírico tornó en polvorienta e inhabitable ruina. Cualquier sugestión de cálida presencia humana había desaparecido. Solo paredes sombrías que exudaban olvido y malos presagios.

Pepe Fuentes ·