LOS DÍAS 33.1
La vida discontinua, una manera de imaginar que todo es posible, sin serlo…
Domingo, siete de abril de dos mil veinticuatro
Pues sí, lo volví a hacer.
Me disculpo conmigo mismo alegando que en algo me tengo que ocupar para no morir mañana.
Cuando pienso y planifico mis días en plan positivo (léase hacer cosas distintas con buen ánimo), lo que me sale es lo de siempre, pero ¡qué listo soy! Me digo.
Ayer sábado tenía en agenda ir al teatro ¡otra vez! Me arruinaré, ya no me cabe ninguna duda.
Por la mañana, nada, lo de siempre: Mi Charlie, paseo, súper, en fin, previsible todo.
Por la tarde, más de lo mismo: las gozosas y tranquilas rutinas ¡qué sería de mí sin ellas!
Salí de mi casa a las siete de la tarde, aseado y elegante (ropa de marca y todo, aunque de temporadas muy anteriores: ya no me puedo comprar ropa). Pero sí zapatos, que fui a recoger nada más salir de mi casa, carísimos, porque he llegado a la conclusión que la parte más delicada de mi cuerpo no es mi cabeza, ni mis ojos, ni mi sexo (en paro forzoso); sino mis manos (por lo de escribir y comer, que no tocar) y pies, lo más importante de todo, mis pies (hay que calzarse bien porque si no los pies duelen, y eso es lo peor). Nunca lo habría pensado. Jesucristo cuenta en Sed, de Amelie Nothomb, que cuando le crucificaron el dolor que sintió en los pies fue infinitamente mayor que el de las manos. Lo creo.
Llegué al centro de la ciudad, a la puerta del teatro, a las siete y veinte (quedaban cuarenta minutos) para el inicio de la función…
La Fotografía: En una bonita plaza (Mayor, se llama), está el teatro y un local llamado La Divergente, al que voy de allá para cuando, porque no suelo tener nada que hacer en ese sitio tan “progre” (no, no es un prejuicio, estoy limpio de esa adición, me parece). Poco a poco esa sección del campo ideológico ya es ultraconservadora porque el devenir del tiempo los ha atropellado. Están instalados en una ortodoxia sectaria pasada de moda (más de cien años tienen ya). Tan rancios, rígidos y tiesos están que no se han enterado que a los que ellos llaman conservadores (y hasta fachas) hace mucho tiempo que les adelantaron y se perdieron en el horizonte camino de una modernidad que está fuera del alcance de los woke de aquí, generalmente ocupados en sostener, por pereza mental y moral, a un líder impresentable y unos postulados que desprecian la libertad, la lógica y la historia. Como tenía tiempo y a esa hora inauguraban una exposición fotográfica, entré para ver qué tal. Resultó ser la peor exposición imaginable. Una muestra caótica temáticamente (mezcla superficial de previsibles imágenes) y de escasa calidad (salvo un primer plano del rostro de una mujer, al parecer enferma, que tenía mucha fuerza y expresión). La autora, vasca (no diré el nombre ya que estoy afirmando que su trabajo no era bueno ni interesante), se quejaba amargamente con tres personas de que las entidades culturales vascas no la hacían caso. Silenciosamente, estuve de acuerdo con los gestores de su ciudad o de dónde fuera, yo tampoco se lo habría hecho.