LOS DÍAS 33.3
“Serena es tu presencia que calma mi alma de artista y me llena de paz infinita, eterna como tú”. Alberto Romero (Artista plástico toledano)
Domingo, siete de abril de dos mil veinticuatro
… Como me acosté muy tarde, con tanta ida y venida: que si ahora salgo, que si ahora vuelvo, que si ahora vuelvo a salir; me levanté a las ocho y media.
Escribí y corregí durante casi dos horas.
Después, no sabía qué hacer, así que opté por lo más difícil: ir a la ciudad. Con cámara y todo.
Salí oyendo la última novela de Haruki Murakami, La ciudad y sus muros inciertos, maravilloso título que promete enormes satisfacciones.
Una luz sedosa y acariciadora me acompañaba. Disfruté de mi paseo por la mismísima orilla del rio crecido, desde el puente de Alcántara al de San Martín. Es el más bello paseo que se puede dar en mi ciudad, con las altas piedras (Tarpeya) a un lado, sobre la cabeza, y el río al otro, acariciándote los pies, y en medio, por la senda, la primavera exuberante empujando por todos lados. Me estoy enamorando de mi ciudad, ahora, en plena vejez, cuando estoy perdiendo el gusto por todo. Finalmente, creo que encontraremos un punto de encuentro entre nosotros, a pesar de que me parecía imposible. Pero ya no porque la ciudad está mutando en otra y eso siempre me interesa.
Me adentré por calles de oeste a norte. Tenía un plan.
Primero, San Marcos, en la calle de la Trinidad, donde un artista, llamado Alberto Romero, exhibía su trabajo monográfico sobre Isabel la Católica y su mundo. Me gusta bastante este creador multidisciplinar (pintor, escultor, historiador, performativo y un poco, no sé, de todo) ya hace dos años me interesó su trabajo sobre Alfonso X El Sabio.
Fotografié bastante, con ganas; el espacio expositivo, tan luminoso, era en sí mismo un placer. Tanto me gustó la obra que había realizado este artista, que hice algo que no hago nunca: acercarme a felicitar al autor por su trabajo. Se vino arriba. Y, entonces empezó a actuar y a disertar sobre lo que yo ya había visto, como un conferenciante-artista o viceversa. Me contó las tres vertientes de su trabajo: pintura en formato clásico; combinación de escultura y pintura y los aspectos performativos e históricos del personaje. Y fue entonces, cuando el señor Romero dejó de interesarme. Al fin y al cabo un artista es solo un artista, el asunto no da para tanta exageración. Él no me preguntó qué es lo que me había gustado, o dicho de otro modo, una reflexión sobre su trabajo de alguien fuera de su propio ego; así que no sé lo que hacía allí. Vender y recoger aplausos, supongo.
Tan solo me preguntó si era fotógrafo, le dije que no, que yo solo hacía fotos (no es lo mismo). Para mayor e innecesaria confraternización me recomendó que cuidara de mi teléfono, que llevaba en el bolsillo superior de mi chupa. La conversación estaba derivando hacia matices impúdicos. Me fui…
PS: Después de escribir críticamente de la impresión personal que tuve del personaje, me he preguntado: ¿por qué te estás poniendo tan estupendo, tío? No he sabido qué contestarme, me había salido en automático.
Después leí la presentación de la exposición del propio Romero: “… Hablamos cada día en mi taller, mientras el sol deja caer su rayos a través de la ventana ante tu serena presencia. Entonces, yo me conmuevo y emociono, y sin darme cuenta, mis manos se sueltan para hacer de tu mirada una ventana abierta al mundo, ese que tú veías y tanto amabas…”.
Entonces lo entendí todo…
La Fotografía: Impresionante espacio expositivo que, combinado con las características de la obra colgada, tan contrastada y matizada, resultaba un placer para la mirada. Hay que reconocer a Romero que cuelga y produce bien sus exposiciones.