EL DÍA DE LOS EPÍLOGOS 37
Ha sido un mes raro en cuanto a la naturaleza y contenido de las entradas, aunque la distribución temática ha sido más o menos la de siempre, predominando el número de las dedicadas a Los Días (11). Nada nuevo, o sí, no sé, porque he vertido ahí algunas referencias literarias, teatro, exposiciones; en fin, de lo que me vengo ocupando cotidianamente (no hago otra cosa). También algún que otro encuentro inesperado en mis paseos.
En Diario de un condenado (3), me aproximo con todo el desánimo del mundo a mi realidad y circunstancia en lo que se refiere a la perspectiva de mi vida amorosa y sexual, que más que oscura es de una profunda negrura. En este capítulo, tangencialmente, también me ocupo de literatura; de la pasión y muerte de Jesucristo (Semana Santa) y de un tenebroso sueño.
Parece que el diario de Abril no ha resultado muy lúdico o primaveral o luminoso.
Misceláneas (3), capítulo monográfico sobre arte y literatura; esta vez, teatro, Tío Vania, dos entradas y un maravilloso y leve libro de memorias (Ensayo general), de Milena Busquets.
Este mes: dos platos fuertes: Diario íntimo (8), donde cuento la estrambótica experiencia de una cena con cinco desconocidos (dos hombres y tres mujeres), que no pudo resultar peor, pero no porque ocurriera ningún desastre operativo; sino por anodina e intranscendente. Para colmo, en el mismo registro experimental, el encuentro con una mujer, también desconocida, que resultó todavía peor (y más cara).
Por último, Adentrándome en las tinieblas (4), una reflexión sobre el asedio de la soledad que voy experimentando de un modo creciente y abusivo porque no hay modo de combatirla, ella es más fuerte que cualquier resistencia que pueda oponer. Resistirme es inútil porque su poder es descomunal ya que cabalga a lomos del tiempo y así es invencible. Solo me queda ofrecer una actitud resignada y paliativa.
La Fotografía: La gran experiencia literaria de este mes ha sido la lectura (escucha), de La ciudad y sus muros inciertos, de Haruki Murakami. En esta fantástica obra rompe las barreras del tiempo, de la vida y la muerte, del amor y el desamor, de lo real e irreal, pero sentidamente vívido y vivido. Es hechizante la descripción de la ciudad amurallada de la que no se puede salir porque al entrar te quedas sin sombra y sin ella dejas de existir. Ese mundo onírico de Murakami, al que me he entregado apasionadamente, ha hecho que retome fotografías que tenía cuidadosamente guardadas (sin revelar), como esta, y que me sugiere poderosamente el mundo que ofrece Murakami en esta genial última novela.