ADENTRÁNDOME EN LAS TINIEBLAS 32 y 4
“Cuando dijo sus últimas palabras en el lecho de muerte, estaba solo”. Juan Antonio Masoliver Ródenas
Jueves, dieciocho de abril de dos mil veinticuatro
… ¿Cuándo empecé a saber que ya había llegado ese último acto, el de ser abducido por la soledad? Cuando personas que yo creía eternas en mi vida se largaron como se salta de un barco que zozobra; unido a que ya nadie ha querido llamar a mi puerta y a las que llamé yo, como no me dejaron pasar verdaderamente, me echaron; y otras, todas las demás, ni siquiera las entreabrieron. Nadie aguanta hasta el final a tú lado, a no ser que esté igual de acabado que tú. Todo el mundo termina yéndose, lo peor es quedarte donde estabas viendo la espalda del que se aleja. Es inevitable sentirte traicionado.
No, no es tan solo mi circunstancia o la de las gentes que están a mi alcance; no, es algo que está más allá de lo contingente; es metafísico o tal vez moral (de principios o algo parecido); o no, y es tan solo algo tan sencillo como inevitable. Moralmente neutro.
La desoladora y absoluta soledad sucede, sin sombra de duda, cuando ya no quieres saber nada de nadie; cuando ya te resulta imposible proyectar tus opciones más allá de las siguientes horas; cuando ya todo te trae sin cuidado; cuando te da exactamente igual lo que pueda decir o hacer nadie. Cuando todo el mundo te importa una mierda.
Asumir con entereza, solidez y dignidad ese estadio es mi batalla de ahora. No hay otra que me pueda importar más. Todo durará todavía un rato, hasta que pueda soportar el asedio de mi desánimo o hasta que renuncie a representar el banal y último acto.
Entonces, la representación terminará. Los focos se irán apagando al mismo tiempo que salga por un lateral del escenario. Siempre se sale por un lado, discretamente y en silencio, sin cruzarte con nadie.
La Fotografía: La silla, metáfora de la vida: donde nos sentamos a descansar, a comer, a charlar, a trabajar, a compartir secretos y anhelos… ha quedado vacía.