DIARIO ÍNTIMO 98
“Una fatiga de comienzo del mundo, la sensación de arrastrar el cuerpo, un sentimiento de fragilidad increíble, que se convierte en crispante dolor…”. Antonin Artaud
Jueves, nueve de mayo de dos mil veinticuatro
Hoy me siento y reconozco en las palabras de Artaud. Fue uno de mis autores de los años ochenta y hace décadas que no lo tenía muy presente. No obstante, sigue viviendo para mí en mis privadas citas de autores hermanos. Lo que siempre admiré e interesó del espíritu y capacidad introspectiva del medio loco por genialidad, es que todo lo que hacía, creaba y vivía estaba en íntima e intensa relación con su sentido existencial y trascendente. Siempre fue un hombre herido, pero nunca malogrado.
En estos días, me siento en caída libre, más cerca del lacerante dolor de Artaud que de cualquier otro estado de ánimo; aunque sea muy sensible al devenir inconsciente de los días: unos bien y otros mal y otros mal y otros mal, y ahí me la juego, en ese peligroso y desequilibrado reparto de humores.
Ayer vino mi amigo Ángel a cenar y a ver el partido del Madrid juntos. Ganamos (al Bayern de Munich) a fuerza de épica y ganas. Lo pasamos bien, luego mal, y finalmente muy bien. El fútbol es la religión, y la ideología, y la esencia misma del fragor vital de millones de personas. Nosotros (Ángel y yo), somos de los que observamos el fenómeno de masas desde una tranquila mirada que nos entretiene en paz; pero eso sí, nos encanta que gane nuestro equipo. Reflexionamos ante el hecho con un cierto desaliento, incapaces ya de vivir casi nada con auténtica alegría: -a estas alturas, casi lo único que nos queda para vivir situaciones festivas es el fútbol- Solo nos faltaría que siguiéramos a un equipo perdedor, nuestra vida sería un asco total.
No sé si pensar que estoy instalado en la más absoluta superficialidad, pero bueno, en caso de que así sea ¡qué más da! Si la vida se está yendo.
Ahora estoy oyendo un ensayo sobre dictadores. Todo me resuena demasiado, aunque el nuestro no fue tan estúpido y cruel como de los que trata el ensayo. Los especialmente crueles fueron y son los monstruos marxistas (los de signo contrario también, pero son menos y con menos muertos); no obstante, todos iguales, todos con decenas de millones de muertos a sus espaldas. Siempre responden a las mismas señas de identidad, desprecio absoluto por sus estados, naciones y sus gentes; tan solo movidos por una misma motivación: egolatría y perturbado narcisismo. El escenario. también, siempre el mismo: un endemoniado manipulador y unas pobres gentes manipulables. En cuanto a lectura, ahora estoy con El niño, de Fernando Aramburu, obra con la que no solo disfruto de su depuradísima técnica narrativa, sino, también, de su capacidad de desentrañar con profunda naturalidad y sencillez lo más complejo que pueda sentir el ser humano: amor y dolor y todo mezclado en una misma entraña. Leyendo esta vibrante novela, a veces, me ahogo en lágrimas. Me gusta y absorbe la literatura con explosivas cargas emocionales.
Me pregunto ¿la muerte se parece al hecho de no haber nacido? Me respondo con la fotografía de hoy, que, al fin y al cabo, sugiere una realidad o bien cercana al no haber nacido o al estado inanimado del muñeco o como dice Ferrero, un regreso al lugar donde no éramos.
No, en estos días, nada va bien.
La Fotografía: “La melancolía es, como la anorexia extrema, una forma de regresar al lugar donde no éramos, donde aún no existíamos: un viaje hacia atrás en el tiempo, en el deseo, en la sensibilidad y en la existencia, hasta llegar al punto cero de la historia de uno mismo”. Jesús Ferrero