LOS DÍAS 36
“Abundan los traidores de cuerpo deforme, y todos tienen deforme el alma”. Martín-Miguel Rubio Esteban
Viernes, treinta y uno de mayo de dos mil veinticuatro
Ayer dije que hoy empezaría el siguiente capítulo del relato del viaje al norte. Las graves circunstancias que sucedieron precisamente ayer y que afectan al que ha sido mi país durante toda mi vida y siglos anteriores han cambiado el guion de hoy.
Objetiva y racionalmente poco puedo decir, ha estado a la vista de todos y no se me ocurre nada que añadir a lo sabido; sin embargo, no puedo obviar el hecho como si no hubiera sucedido el delito de alta traición nada menos que a una nación con siglos de historia y cuarenta y ocho millones de habitantes, en realidad somos menos si restamos a los nacionalistas que se irán pronto, que supondrá una inmensa suerte para todos, por cierto.
Por la noche vi un programa de televisión donde repetían incansablemente imágenes del día y de la infamia. Todas me llamaron la atención y especialmente alguna concreta, como la de la banda de facinerosos catalanes avanzando por una calle de Madrid como si de una banda de un spaghetti western cutre se tratara, con los pistoleros rodeando al jefe de la banda de los atracadores, panzudo y de una insufrible vulgaridad. Imagen esperpéntica de película de serie Z, si es que esa categoría existe. Pero tremendamente reveladora y triunfal porque esa pandilla de desarrapados morales había dado el golpe de su vida, ellos solos, con la complicidad del mayor traidor de la historia de España, se habían cargado a una nación y un estado con una grandísima historia como país del mundo occidental.
Qué decir del jefe de todos, el Gran Traidor? Nada, todo está dicho ya, incluso yo también lo he escrito aquí.
“Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? ¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros? ¿Cuándo acabará esta desenfrenada osadía tuya? Cicerón
Yo ya no creo entender de casi nada, y menos de política, luego no desarrollaré una tesis que sostenga mi postura; sin embargo, si diré que hoy estoy triste y muy enfadado porque me he sentido ultrajado, porque ya no puedo confiar en un país que es capaz de autodestruirse mediante millones de votos en contra de su propia dignidad. Mi país está enmerdado, manchado, mancillado por una sola voluntad, la de un narcisista sin amor ni lealtad por el país al que se debe. Su infamia nos mancha a todos porque le permitimos que nos escupa con soberbia mentiras a la cara. Todo esto es una puta mierda de la que me avergüenzo.
“Lo grave no fue que hubiera un hombre con el valor suficiente para ser malvado, sino que hubiera millones de personas sin el valor suficiente para ser buenos”. John Fowles
La Fotografía: No puede haber perdón para los traidores. Nunca. Así mil años vivan.
En el programa de televisión que vi por la noche, hubo otra imagen recurrente que se repitió hasta el vómito: los traidores palmoteando como locos, interminablemente, en los escaños que han usurpado al pueblo español. Se besaban, se abrazaban, se felicitaban unos a otros por haber consumado la destrucción de un estado democrático del que son representantes y beneficiarios personales a través de los emolumentos que reciben de todos nosotros, los traicionados. Su desfachatez e insultante estupidez es incomprensible. En serio, no sé si son imbéciles cortos de miras o seres de una ruindad imposible de entender. Vergonzantes miserables que se ríen alborozadamente de todos nosotros, pero, especialmente de los que los votan y seguirán votando.
La imagen la realicé ayer mismo, por la mañana, cuando se estaba perpetrando la gran traición. Es una metáfora aplicable a los infames alborozados por el éxito de su nefando delito, del que se arrepentirán hasta el crujir de dientes.