DIARIO DE LA NADA 9.1
“Por grande que sea el puesto, ha de demostrar que es mayor la persona”. Baltasar Gracián
Jueves, treinta de mayo de dos mil veinticuatro
Salí de mi casa a las nueve y cuarto. Condenado, cómo siempre (cumplo pena in aeternum).
Me dirigí a la ciudad, encumbrada en el cerro de los mil dioses, sitiada por un río llamado Tajo.
Las gentes trepaban en masa por escaleras mecánicas hasta la cumbre. No había poesía ni épica en la ascensión hacia el encuentro con la fe que no sé sí sentían. Yo no, solo confiaba en captar algún fulgor que se pareciera a la belleza y acabar el día sin que nada malo me sucediera, que me atropellara el lado malo de una realidad abrumadora y tirana.
Así es la vida de los condenados, descreídos en todo, nihilistas por naturaleza y convicción moral. Yo, sin ir más lejos, estoy desesperado y así no hay modo de sonreír ante nada ni nadie y mucho menos creer en algo. La mayoría del tiempo la paso boqueando como un pez fuera del agua ¡menudo plan!
La Fotografía: Una vez que llegué al centro de la ciudad me encontré con que estaba llena de gente, las personas hormigueaban por todos lados, iban y venían como buscando algo (yo también), pero éramos de los que lo hacíamos sin fe ni propósito ni sentido ordenado de la vida, tan solo espectadores pasivos de lo que el discurrir del tiempo y los dirigentes nos ofrecían (cosas de calendario y automotivación de los directores de la cosa). Ahí estaba yo, pero con una cámara valiosa que debía utilizar porque para algo había subido las fuertes pendientes hasta la cúspide (vivo en los arrabales). Eso hice, fotografiar a tontas y a locas, a izquierda y derecha y sobre todo de frente, pero hacia atrás no.
Una vez revisé las tomas que hice me encontré con esta imagen y me dije: -pepe, estos hombres no son como tú, estos son de los que cuentan, de los que piensan y deciden, son jefes o sabios o filósofos (no sé muy bien si unas cosas u otras o todas al mismo tiempo), porque hablan entre ellos bajito de lo importante y trascendente, seguro.
Tuve la certeza de que era así porque uno de ellos llevaba las manos a la espalda como un paseante reflexivo y como hacían los filósofos en la antigüedad. Era idéntico al de la izquierda. Los de la misma condición, pensamiento, fe y rasgos físicos (todos estos, poco a poco, se van pareciendo a medida que se hacen grandes) tienden a juntarse y vivir en armonía y felices todos juntos todo el tiempo. El del centro parecía un becario que supongo que aspiraba a imbuirse de la sabiduría de los maestros clonados, elegantemente vestidos que avanzaban a su lado; por eso él todavía no podía vestirse igual que ellos, tenía que pasar pruebas, cumplir años y adelgazar un poco porque estaba ensanchando inelegantemente por los flancos. Los tres caminaban despacio y hablaban quedo, como hacen los sabios y los poderosos.