DIARIO DE LO IMPOSIBLE 2.3
“… es un mundo solitario
de gente asustada”. Charles Bukowski
Jueves, veinte de junio de dos mil veinticuatro
… La cena de hoy no daba para ruidos y cortejos, por lo que iré acabando con este cuentecito.
Los comensales de las cenas raras nos estamos muriendo todos de áspera e inhóspita soledad, sin palabras ni ecos.
Representamos con disimulo nuestra decadencia en torno a una mesa, ni siquiera elegida, como tampoco a los compañeros del reparto del teatro del absurdo. Hasta tan lejos llega nuestra entrega a los hados del destino, ya que no confiamos en nuestra capacidad para elegir libremente. No aspiramos al más allá, solo a la pequeña experiencia de salir a distraernos un rato comiendo y viendo como comen otros desconocidos, que olvidaremos pronto, porque poco tienen que ver con nosotros.
Hacemos lo que hacemos, pero eso no quiere decir que estemos de acuerdo con lo que hacemos, me parece.
Solo nos salvaríamos si eligiéramos a alguien entre platos y conversaciones inconexas y precavidas; pero ni siquiera lo hacemos porque estamos acobardados y tampoco sabemos qué hacer con nuestra libertad amedrantada.
Intenté, siempre lo hago, indagar en las expectativas íntimas de los asistentes, especialmente de las mujeres, por si hubiera alguna oportunidad de intimar cruzando deseos y necesidades (el imposible, otra vez).
También por interés psicológico y personal y así enriquecer la experiencia de socialización con testimonios o confesiones de orden sentimental o emocional; sí, algo más que una relación muy formal y neutra. Sin embargo, en esta noche gitana (el restaurante brillaba a la luz de las velas y las profundas sombras), nadie mostró su auténtica textura existencial.
La cena se fue acabando con un buen tono intelectual (yo me atreví a dar una definición de arte, que no me salió mal del todo).
Míster V., me dijo, mientras salíamos, que había sido una cena de nivel. Estuve de acuerdo, únicamente porque todavía me sentía impresionado por la atractiva mujer joven e ilustrada…
La Fotografía: “Cuanto menor sea el arte, mayor ha de ser la explicación”. Hilton Kramer
Imaginemos por un momento que el cuadro conceptual y vacío de contenido figurativo, que no de expresión metafísica y hasta nihilista, es la metáfora de los que sucede en las cenas raras; serían necesarias varias personas de mentes clarividentes para explicarlo (como es el caso de la representación performativa de la fotografía), pero, sobre todo, lo que no sucede. Yo, tan solo, alcanzo a intentarlo, pero apenas lo consigo.